miércoles, 28 de abril de 2010

bicho raro

No hace falta ser gigante, ni enano.
No hace falta tener tres patas donde debería haber cuatro.
No hay que tener la piel verde, tres ojos en la cara ni antenas encima de la cabeza.
No tienes por qué hablar klingon,
ni tener las orejas acabadas en punta.
No es requisito llevar gafas de pasta.
Tu pelo no tiene que ser verde, ni violeta
y no tienes por qué tener aletas en los pies.

Para ser un bicho raro
sólo hace falta
pensar.

viernes, 16 de abril de 2010

Nubes oscuras en el cielo de Londres.
Puertas de madera o edificios de ladrillo.
Atardecer dorado en el mar.
Caminar.
El sonido del teléfono en casa.
Sonrisa familiar.
Abrazos.
Dedos que golpean suave tu muslo al ritmo de la música que escuchas.
Movimiento de las hojas con el viento.
Señora de pelo cardado.
Sol de verano.
Relojes que hacen sonar el tiempo.
Besos pensados y palabras repetidas en tu cabeza.
Mujeres que fuman entre rosas rojas.
Monedas en fuentes.
Fé.
Uñas cortadas a rás.
Aromas fugaces que recuerdan un instante.
Zapatos de cuero con tacón de aguja.
Carcajadas sonantes.
Películas de dos minutos aparentes.
Imagen de tu reflejo.
Pantalones con cinturón.
Perros que ladran pero no muerden.
Canciones de sonreír.
Correr descalzo en la playa.
Chicos que bailan.
Niñas con pelo rizado.
Bocas rojas y dientes blancos.
Ojos abiertos.
Manos que saludan casi imperceptiblemente.
Calor de un cuerpo vivo.

tú.

Casi común.
Casi corriente.

Único.

viernes, 9 de abril de 2010

el pobre Jack

El callejón está oscuro, lúgubre, abandonado. Sólo una luz mortecina que debe salir de algún burdel se refleja en los gastados adoquines del suelo y se convierte en un rayo brillante cuando toca la superficie lisa de un sucio charco. El lejano rumor de Londres apenas se oye, quizá se intuya, pero aquí todo es silencio, siniestro silencio.

Y unos pasos.

Resuenan rebotando de una pared a otra, elevando el eco conforme se acercan, escalofriantemente sonoros en el silencioso callejón.
Pone los pelos de punta.
Si fuera tú, echaría a correr.
Si fuera ella, posiblemente habría gritado así.

Pero todo es tan rápido que parece un parpadeo. Unos pasos, un grito aterrado... y silencio.
Siniestro silencio.

Los pasos se alejan deprisa envueltos en oscuridad.
El pobre Jack sólo quiso un amigo, pero no lo encontró. Sólo pidió amor, pero le rompieron el corazón. Buscó calor, pero sólo encontró lluvia, tormenta y desamparo.

Al pobre Jack lo buscan, pero no lo encontrarán jamás.


Y se convertirá en el Destripador más famoso de la historia.


viernes, 2 de abril de 2010

vacíos

Como aquella mañana en la que no podía, no quería, parar de sonreír porque te había visto cruzar la calle y guiñarme un ojo. Y caminabas segura sabiéndote diosa de mi religión.

Como aquella vez en la que un rayo de sol se encaprichó de tu ombligo. Jugaba con las sombras en el fondo de aquel rincón repleto de incertidumbre.

Como aquella vez que te bañaste en el mar sin más ropa que mis abrazos. Y las olas nos acompañaban carcajeándose envidiosas por un momento para siempre con nosotros.

Como aquellas veces en las que podía contar cada uno de los lunares que, desde tu cuello, se desparramaban en mil direcciones y alcanzaban el lugar de mis anhelos. Soñaba contigo incluso teniéndote a mi lado.

Como todos los días en los que supe que te conocía. Porque te miraba por dentro, entre vísceras y marionetas de cristal, y lo sabía, te conocía.

Como todos ellos, como todos esos días es el respirar hondo y sentirse vivo.

Sentirse vivo. Algo puro y frágil como un diente de león en medio de un huracán. Colócalo entre tus manos formando un cuenco. Con tus yemas suaves y delicadas se sentirá mejor al pensarse protegido. Pero no le abraces fuerte si luego le vas a soltar. No lo hagas. Mejor lento y delicado como un beso en un día en el que el mar susurra los segundos que se pierden. Protégeme... ¿No ves que hace viento y no quiero volar lejos?

Recordando cuando estudié y aprendí al dedillo cada uno de los detalles de tu fisionomía. Podría describirlos siguiéndote con mis manos.

Como si estuvieras aquí. Y bailáramos.

Como si me acariciaras el lóbulo de la oreja con tu dedo índice. Y me perdiera entre cosquillas.

Como si pudieras atravesarme con solo girarte hacia mí. Siempre lo has hecho al levantar la mirada y mirarme. Y me he vuelto a perder.

Como si pudiera respirar hondo o como si pudiera respirar.

Aparece débil tendido en el suelo helado de un cuarto del hogar que no siente suyo, sin poder mover un músculo como si convertido en un tetrapléjico se hubiera despertado una mañana. Con el ácido recorriéndole el cuerpo, quemándole como el fuego a un bosque seco. Deshaciéndose poco a poco y quedando nada de un ser que algún día fue. Siendo dolor y angustia su definición. Siendo lágrimas su esencia. Cenizas.

Como si pudiera hablarte desde el otro lado de la pared. Y tú pudieras escucharme hasta siendo muda mi voz.

Como si te viese humedecer tus labios con esa saliva tuya. Rojos eran esos labios como la sangre que me recorre.

Como si te viese entregar al mundo a un ser que era de los dos. Tuyo y mío. Es de los dos.

Pero el oxígeno desapareció del aire como el algodón blanco y débil vuela desde el diente de león con esa brisa que te sorprende. Desapareció para ahogarme en este mar sin fondo.

Un día en el que salió el sol entre dos nubes negras, muy negras, apareció ella en la puerta de mi cuarto. No medía más de un metro y sus ojos recordaban al edén. Pequeña dosis para mi pulmón izquierdo. Rosas blancas y lirios dorados que serían depositados entre hojas secas de un otoño terrorífico. Porque te lo prometí.

Como si pudieras verme cómo todos los días vivo por y para ella. Y sepas que está segura conmigo.

Como si con cada abrazo mío sintiera tuyo la mitad. Y no olvide tus caricias.

Como si estuvieras caminando a nuestro lado. Como si estuvieras. Como si estuvieras aquí.

Desde la lápida que dibuja mi soledad, agarrados de la mano el padre y la hija se miran. Una desde abajo y otro desde arriba. Ya han terminado. Hora de volver. Antes de que arranque el viento de nuevo.

Disimulando las lágrimas al recordar mientras camina el beso que le entregó en el momento en el que su corazón decidió pararse. El beso que le dio cuando sus labios se secaron y no volvieron a mojarse. Disimulando que eras mi vida a la otra parte de la misma. Disimulando lo que te quise. Disimulando lo que te quiero. Como si fuera necesario.

Como si mis pies se hubiesen perdido en la arena tras esa ola. Y ahora pesaran quintales.

Como el aire en mis pulmones otra vez. Soñado.

Como un beso en la mejilla a un caracol que sale con los días de sol. Un beso a mi caracol. A nuestro caracol.

Un beso en tu mejilla.