sábado, 28 de agosto de 2010

mi mundo paralelo

Son angostos algunos caminos que mis pies se empeñan en caminar. Son largos y pedregosos esos senderos. Son oscuros... dan miedo.

Es que... verás, son años ya los que han pasado, y aún así, son recuerdos de dulce azúcar los que me persiguen. Son frondosos los árboles de aquellas tierras que solía transitar varias edades atrás. Es tan brillante su sol. Iluminan la tierra sus estrellas ¿Cómo quieres, entonces, que no me asome a ver ese mundo que dejé por esta ventana de papel?

Y no sé... será que soy demasiado delicada como para romperla y encontrarte allí. Será eso.

¡Menudo mundo el mío! Y tan mío lo creé que lo separé del resto con esta ventana creyendo así que tu cuerpo inquieto, investigador, interesado en el porvenir a mi lado, lo atravesaría para encontrarme. Pero claro, no anuncié mi retirada de aquel mundo perfecto y ahora... ahora no existe el valor suficiente en mi pecho como para que yo roce siquiera esa ventana, ¡qué especial me creí al separar mi mundo del de los demás! ¡qué estúpida resulté ser!

Pero bueno, por si aún hoy, me quieres encontrar, debes luchar contra el dragón, atravesar el volcán en erupción y comerte novecientos noventa y nueve cocodrilos sin pan. No pongas esa cara, tú solo sigue la oscuridad que yo estaré en el infinito.


martes, 24 de agosto de 2010

(Dis)capacitada

Hay cosas de los días que se pasan que son muy difíciles de definir para mí. Son cosas para las que mi mente de origen perdido no está capacitada. Son palabras que no puedo pronunciar o es que son ideas que se me hace imposible asociar. Rotundamente no sé.

Perdóname si lloro y no te explico el por qué.
Oye, disculpa si te pego y grito y no soy capaz de dibujarte entre mis ojos la razón.
Perdona si me río y no soy capaz de contagiarte.
Lo siento...

...no estoy capacitada para entender a los humanos.

Y ya sabes que yo soy uno de ellos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

amanecer (II)

Las mañanas no existen y las noches no acaban nunca, mientras los días se suceden, iguales, sin sentido. Parece que el tiempo no pasa cuando tu tiempo ya pasó y por delante sólo ves el infinito.
Sale la luna, se oculta entre las nubes, saluda desde los charcos. Todo es igual que ayer y mañana. Las madrugadas no importan cuando no tienes con quién compartirlas.
El fantasma Casimiro suspira en la escalera escombrosa.
Echa de menos el amanecer, pero sólo las tinieblas están dispuestas a acoger a un fantasma melancólico y la radiante luz de la mañana no es lugar para sus cadenas oxidadas. Sacrificaría su eternidad por un segundo de compañía. Pero ya nadie va por aquellos campos desolados y ¿quién va a acercarse a un siniestro castillo? No, la gente hace decenios que busca caminos alejados de ese sombrío lugar y tan sólo las campanas, allí, muy lejos, recuerdan que hay vida detrás de los negros muros.
No, quién va a acercarse a una ruina tenebrosa.
Una noche más, vagando por los oscuros corredores, arrastrando cadenas y asustado ratones. Una noche más, precedida de muchas otras y seguida, probablemente, de muchas más.
En soledad.
Se mueve con lentitud. Precisamente prisa no tiene. Mira la luna, única compañera. Lloraría si pudiera.
Lo distrae un destello dorado. ¿Dorado? Hace mucho que el oro y el lujo desaparecieron de este lugar. Se detiene en su vagar. Se habría detenido también su respiración, si tuviera.
No es oro lo que ve, aunque para él, resplandece más que cualquier metal precioso que haya visto jamás. En un rincón, medio escondida entre las sombras, yace una dama, con su largo cabello rubio derramándose sobre los sucios adoquines negros.

Casimiro cree volver a ver el amanecer.


doce campanadas y un fantasma solitario (I)

miércoles, 4 de agosto de 2010

niño

Pequeño niño emprendedor, que se levantó una mañana con ganas de escalar, salió a pasear entre las montañas. Caminaba en perpendicular y caminaba en horizontal mientras las pocas plantas y árboles al alba despiertas le saludaban con sonrisas de terrones de azúcar. Sabía saltar sin empujarse con los pies y caer con las manos sin rasparse ni un poco las palmas. Era todo un campeón en natación y baloncesto y además, sabía decir que no al sol cuando le quemaba la espalda. Que no, que no... que eso no estaba nada bien. Pequeño niño camaleón podía ser león y podía ser cangrejo. A veces, quiso ser mono chillador pero es que su madre no le dejó. Verás, el niño solía encantar a piedras y rosas. Solía reír a ritmo de jazz y cantar como ruiseñor al amanecer.

Porque de niño encantador pasó a niño embaucador fue por lo que los abejarucos le miraban con recelo y las golondrinas hasta con desprecio. Verás, tras tiempo de pasear y saltar, el muchacho se aburrió del azul del cielo y del nácar matutino de algunas cuantas plantas. Solía mentir y engañar tanto como encantar a vientos repentinos nunca antes vistos, por ello fue por lo que le divirtió tanto su juego. Podrás deducir cómo las piedras y las rosas ya no se dejaban estafar… En un momento de su pequeña historia resultó que no le importó dónde las había guardado con tanto recelo tiempo atrás.

Pequeño niño timador se transformó en fiera para siempre, perdiendo así varias de sus buenas cualidades. Creció de un salto rascando los cielos y nunca más volvió a amar el jazz. Verás, niño ruiseñor tampoco volvió a cantar.

Qué mañana tan amarga aquélla en la que se vio reflejado en un charco sucio y notó su tez mohína. Qué momento tan triste cuando recordó el olor a fresco de un río en vertical o cuando quiso reír y sonó a trompeta desafinada. Qué amadas las rosas de tus uñas y la piedra de tus pies. Qué añoradas.



Pequeño niño emprendedor enfiló en solitario la avenida de las muelas picadas y quiso volver a llorar por no ser mono chillador y no por notar el amargo sabor de los recuerdos. Verás, niño perdedor ya no pudo caminar en vertical.