martes, 29 de mayo de 2012

hombre melocotón


Todavía recuerdo el día que descubrí el sol reflajado en el mar y el miedo de mis instintos se esfumó de un horizonte ovalado. El día en que te descubrí melocotones entre los labios... entre tus labios, caballero de la corte. Aun me acuerdo de las olas que como lechuzas blancas se acercaban a olernos los pies de seda fina y se iban a tus labios rápido, a comer melocotón. Que sí, que me acuerdo de las mil risas que sonaron entre las luces de un pueblo en tirantes, al anochecer, con leve brisa de olor azucarado, ¿te acuerdas tú?, a mí no se me olvidan los momentos en los que nos tumbábamos a buscar sonidos de hierba fresca y comíamos melocotones mientras gatos verdes venían a buscar el cobijo de nuestros abrazos. Recuerdo el calor del teléfono sonando y el torbellino de tripas que provocaban las cosquillas que me hacían las nubes al bajar desde tus ojos hasta mi cuello.

Aun lo recuerdo, aun recuerdo cómo recoger melocotones cuando el calor aprieta.


sábado, 12 de mayo de 2012

lejos, aquí

No. Por imposible que te pueda parecer, no eres la persona que conoce cada secreto, cada pliegue, cada sombra.
Soy yo.
Y todo lo cerca que estemos no es más que una inmensidad irreconciliable, una zancada gigantesca, aunque sea la más pequeña que existe. Aunque sea lo más cerca que alguien pueda estar.

Menos que el filo de una navaja muy fina y muy afilada.
Menos que un hola que antes de terminar fue adiós.

Breve, como tu sonrisa, y eterno, como mi estupidez. Hermoso, como las dos.
Lo más parecido a una canción silbada por el viento entre los dedos.

Pero cada rincón, cada guiño y cada mueca son un abismo que se abre bajo tus pies antes de que puedas siquiera gritar mi nombre. Y las blancas nubes que te acunen en tu sorpresa sólo suavizarán la caída a la realidad.

Y yo estaré lejos de ti. Muy arriba, muy abajo. A sólo un paso.

Aún así, no dejes que la lluvia recorra el marfil de tus mejillas. No me mires y me implores, no desgastes tu firmeza arañando inútilmente a un aire vacío en la infinidad. No dejes caer las murallas ante un enemigo desarmado.
Y no me hagas llorar.

Porque, créeme, no existe otro modo.

Tan sólo tú, aquí, lejos de mí.

Tan sólo tú...
que en realidad soy yo.

domingo, 6 de mayo de 2012


Que ocurre como ocurre y no de otra manera. Que te lo pinte y no puedo. Léemelo entre lo profundo de lo que bombea porque si lo busco ni lo encuentro. Te pega un golpe en la frente, de repente, ascienden o descienden las corrientes por mi pecho y sin resuello, bajas y subes una mirada, lento. Se alargan desde el horizonte teñido de arcoiris unos brazos, fuertes y débiles que te acojen para hacer volar tu pelo, para hacer encoger tu cuerpo, para hacer despertar tus sentidos. Se aceleran los tambores buscando anhelante lo que quiera que flote en el aire o no aire o espuma. Se te entrecorta la respiración, cierras tus ojos para agarrar las palabras, abres tu libro de sueños para dibujarte entre neuronas una sensación indescriptible.

Poco es o todos es.
Es como fuego, como gritar, como relámpagos que engañan a la oscuridad, como correr a ningún lugar, es una cascada que cae, cae. Y queda en un suelo petrificada.


Las lágrimas de tu historia, las sonrisas de tu imaginación, los deseos incumplidos.
Y miras atrás. La ves en un suelo petrificada para no cambiarla por viento. Para no cambiarla por nada.