miércoles, 8 de mayo de 2013

Hubo tiempos en los que creyó que las aguas fluían en favor de su destino, y se sorprendió con los pulmones anegados de fango a punto de dar su última bocanada antes de casi llegarse a ahogar.
Días vinieron que le cantaron poesías con olor a rosas, pero el otoño marchito le arrebató las fragancias y los pétalos y le recordó una mentira vestida con traje de espinas.
Los astros no formaron una línea perfecta que señalara su horizonte y, soplar, soplaron los vientos, pero siempre en la dirección equivocada.
Lunas, soles, estrellas y rocío crearon cuadros espléndidos que se desvanecerían cada ensoñación y negro, frío y nieve cubrieron su almohada con una madrugada más.
Sabía que no llegaría. También sabía que él no saldría a buscarlo. Esperar, respirar, dormir o anhelar y una rueda incesante de mariposas y escorpiones rodando pendiente abajo.
Y algún dios riendo en su trono de nubes, contemplando con sarcasmo el devenir.
Celeste, naranja, rojo, morado. Azul, azulísimo. Negro. Los colores volverían a cambiar. La sonrisa irónica volvería a iluminar el universo.
Siempre fue así, o eso le dijeron. Tampoco creyó necesario investigar.
Era sentir todo o sentir nada y nunca había sabido nada de sentir poco.
Esquivar a la cordura, como juego divertido y peligroso. Saltar, sin llegar a levantar los pies llenos de barro.
Tampoco llegó a creer necesario volar.
Y cálidamente tumbarse entre las flores y las zarzas, a escuchar el agua correr en la dirección equivocada.

sábado, 4 de mayo de 2013

aquélla fue

Ocurrió aquella noche en la que las mil lunas que habíamos dibujado levantaron sus piececitos del suelo hacia el cielo, para acompañarse de mil luciérnagas sonrientes y una oscuridad inalcanzable con mi mano y con la tuya. No sé si llega tu memoria a alcanzar la noche que fue, la noche en la que tu respiración y la mía se unieron para atrapar el oxígeno flotante del universo para hacerlo único, de color violeta o yo qué sé. Recuerdo que noté tus labios anidando en mi cuello y los quise coser o pegar o yo qué sé, para que no moraran otro cuerpo, para que, cuando entre mis sábanas estuviera, notara los besos que me brindan los recuerdos. Aquella noche no terminó como otra cualquiera, no terminó o no sé si es que el sol desapareció o ya no lo volví a ver porque tapé mis ojos con tus sonrisas y el sonido de tus sueños alados y aquellas palabras que olían a rosas rojas. Es la noche de mi infinita gracia, la noche que me convertí en reina y en soldado, es aquella noche. No sé si recuerdas que me plantaste un beso en la mejilla y ya se me olvidó que existía un mar bravo lejos de allí o unos árboles secos u otro mundo de lamentos, lágrimas o yo qué sé. La noche que el viento sopló llevándose mis cenizas que habían hecho campamento entre mis tripas. No sé si te acuerdas que dormí entre los abrazos que tú tallaste y los expuse en mi museo dorado.

 La noche de mi paz o... yo qué sé.