martes, 7 de octubre de 2014


Hace ya tanto que aromas a orgullo y cabezas altas no bordean tus narices torpes que has perdido hasta la capacidad de cazarlas en el viento, has perdido fuerza y coraje y te has sumido en la masa esperando que nadie pose sus ojos en una persona insulsa más de un par de veces. ¿Y qué queda? Ponerse a cantar fuerte "stop crying your heart out" como si tus días de verdad fuesen tan amargos como tu corazón te dice. Cualquiera a los que la vida les resulta de verdad muy puta te escupirían con motivos.

El amor propio es malo en cualquiera de sus direcciones.
La superficie no se puede rascar, ésa no. No era posible antes y ahora menos que ni metáfora le queda o ni la quiere sacar.

En fin, cantemos al viento y corramos al infinito que es lo que pone en nuestros destinos. Que aproveche.

domingo, 6 de abril de 2014

El poeta

El poeta clavó su daga en el pecho equivocado y sus manos de marfil se tiñeron de rubí. Llevaba demasiado tiempo en blanco, demasiados días a oscuras. Sin nada. Ya no bordaba palabras de oro en páginas de nieve que olían a mil mundos y gritaban libertad. No había migas que seguir por el camino, ni camino que llevara hasta su infierno, su lugar. Sólo un lago helado en el que nadie se atrevía a bailar. Las gotas saladas que un día esculpió en cien versos se escondían en un frasco de cristal y la primavera que anhelaba no terminaba de llegar. Mientras las plumas caían, se dio cuenta del miedo. Sintió el abrazo de la tela de araña, notó al vacío ocupar el espacio, todo el espacio. Y se miró en el espejo que sólo reflejaba una pared agrietada tras su espalda. Quizá era el comienzo del fin, quizá su fin durara toda la vida.
Las hojas vacías fueron cayendo
                                                    una
                                                          tras otra
                                                                       a sus pies.
Lo único que había tenido siempre fue nada y ahora nada era más de lo que llegaba a tener. El tintero reseco sobre el escritorio le lanzó una última mirada de odio y de amor. El miedo le volvió a besar, la piedra que latía en su pecho lo quiso hundir hasta la raíz. El hilo que lo sostenía se tensó. Entonces, rompió el frasco de cristal y liberó las gotas de sal; y se desgarró la voz llamando a su primavera.
Si todo lo que alguna vez tuvo fue nada, haría de esa nada la más espléndida y la más suya.
Las palabras cayeron
                                  una
                                        tras otra.
Y el poeta desenvainó su daga sin mirar qué corazón se cruzaba en su camino.
Sólo rugir. Sólo su infierno.
Sólo su paz.

Con el último rayo del crepúsculo, el poeta se clavó el puñal.

martes, 25 de febrero de 2014



Hay días en los que es inevitable, la cabeza se te hunde tanto en el pecho y el pecho tanto en la tierra que acabas por no encontrarte. Me cojo a asideros de humo que se me escapan entre los dedos rasgados y acabo dejando mi angustia vomitar sus sinsentidos. Los brazos que anhelo esta noche y algunas más, que me aman hasta deshacerme, pero solo noto cuando cuatro paredes me rodean. Necesito esa respiración en la distancia y en mis sueños. Necesito una temperatura estable que no constipe mis ojos al tumbarme. Necesito que se adivinen los nudos de mi estómago y que con destreza, guantes de algodón y aromas de tranquilidad me sean deshechos siendo consciente yo de ello. Necesito convencerme de tus razones diciéndome que lo que me he dibujado durante años es suficiente, que soy lo que soy y no me veo y está bien así.


Y aprender que si sigo pensándome, enredaré cada neurona entre las raíces que me anclan al miedo y la frustración y acabaré confundida en el vacío.