martes, 25 de febrero de 2014



Hay días en los que es inevitable, la cabeza se te hunde tanto en el pecho y el pecho tanto en la tierra que acabas por no encontrarte. Me cojo a asideros de humo que se me escapan entre los dedos rasgados y acabo dejando mi angustia vomitar sus sinsentidos. Los brazos que anhelo esta noche y algunas más, que me aman hasta deshacerme, pero solo noto cuando cuatro paredes me rodean. Necesito esa respiración en la distancia y en mis sueños. Necesito una temperatura estable que no constipe mis ojos al tumbarme. Necesito que se adivinen los nudos de mi estómago y que con destreza, guantes de algodón y aromas de tranquilidad me sean deshechos siendo consciente yo de ello. Necesito convencerme de tus razones diciéndome que lo que me he dibujado durante años es suficiente, que soy lo que soy y no me veo y está bien así.


Y aprender que si sigo pensándome, enredaré cada neurona entre las raíces que me anclan al miedo y la frustración y acabaré confundida en el vacío.