O no.
Quizá las cadenas oxidadas de los alientos perdidos pesaban demasiado para seguir respirando. Quizá los sueños deshechos eran los que no permitían dormir a los sueños vírgenes, níveos, sin corromper.
Tanto Mal anclado al suelo, tanto Bien escurridizo y etéreo...
Unos pasos de puntillas en la arena, acosados por unas olas ladronas que les van robando la memoria.
Y el viento...
El viento siempre fue cómplice del abandono y el descuido, y de la hermosa y triste Soledad, que se ponía su vestido blanco para bailar por las noches al son de los truenos colmados de suspiros.
Se obligó a cerrar los ojos con un velo de recuerdos de oro e inspiró... Fuerte, despacio, en calma...
Cuando los abrió, un arco iris se enredaba en el cielo y las hojas de los días solo presagiaban un invierno más.
Quizá esta vez no haría demasiado frío.
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