Hubo tiempos en los que creyó que las aguas fluían en favor de su destino, y se sorprendió con los pulmones anegados de fango a punto de dar su última bocanada antes de casi llegarse a ahogar.
Días vinieron que le cantaron poesías con olor a rosas, pero el otoño marchito le arrebató las fragancias y los pétalos y le recordó una mentira vestida con traje de espinas.
Los astros no formaron una línea perfecta que señalara su horizonte y, soplar, soplaron los vientos, pero siempre en la dirección equivocada.
Lunas, soles, estrellas y rocío crearon cuadros espléndidos que se desvanecerían cada ensoñación y negro, frío y nieve cubrieron su almohada con una madrugada más.
Sabía que no llegaría. También sabía que él no saldría a buscarlo. Esperar, respirar, dormir o anhelar y una rueda incesante de mariposas y escorpiones rodando pendiente abajo.
Y algún dios riendo en su trono de nubes, contemplando con sarcasmo el devenir.
Celeste, naranja, rojo, morado. Azul, azulísimo. Negro. Los colores volverían a cambiar. La sonrisa irónica volvería a iluminar el universo.
Siempre fue así, o eso le dijeron. Tampoco creyó necesario investigar.
Era sentir todo o sentir nada y nunca había sabido nada de sentir poco.
Esquivar a la cordura, como juego divertido y peligroso. Saltar, sin llegar a levantar los pies llenos de barro.
Tampoco llegó a creer necesario volar.
Y cálidamente tumbarse entre las flores y las zarzas, a escuchar el agua correr en la dirección equivocada.
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