viernes, 12 de noviembre de 2010

Será solo un segundo adiós

Ayer, te descubrí cuando la noche había caído ya, entre ceños fruncidos, sentado en el mar... La luna se reflejaba en tu pecho como queriendo iluminar lo que me guardabas por dentro.
Entre ojos y besos nos encontramos. Nos queríamos, ¿recuerdas? hasta que la luna se marchó de tu pecho y quisiste correr tras ella hacia el horizonte. Tonta que fui cuando no te seguí. No te seguí para explicarte que la luna volvería en unas horas porque yo misma te la traería si es que era eso lo que tú pedías. Tonta porque me fui al fondo del mar y me enamoré en secreto de los corales que me recitaban poesía sobre soledad, sobre melancolía. Tonta porque no me conocí. Tonta porque no me quise.
Y apagué la luz tras de mí. Si volviste, no me viste.



Ahora, me dedico a caminar y mirarla tan blanquita entre lucecillas prendidas. Está muy lejos, casi ni ilumina... y me pregunto cuándo fue que te paraste y decidiste pensar que me quedé allí. Que mientras tu corrías empeñado en sueños de cielos helados y zapatos desgastados yo me quedé sentada como si aun respiraras a dos centímetros de mi oído. Que resulta que tu ceño me cautivó. Que no quise irme de aquel trocito de mar sobre el que nos sentamos con la luna en tu pecho y tus ojos penetrantes.




Mañana, me encontraré con tu espalda en la estación de tren. Con el ruido que hay a despedidas y bienvenidas y aun así, cuando me encuentre entre tus ojos, sonarán las olas a dos centímetros de mi oído. Con dos lágrimas de verdadera pena me dirás que no la encontraste, que se fue, que no volvió. Y me abrirás un poco la camisa como diciéndome, ¿ves? aquí no está. Y me quedaré anclada en el asfalto porque no podré ni respirar cuando las olas me alcancen el oído... hasta que me dejo caer al recuerdo de los corales.


No creas que no lloré al girarme e irme.
Solo fue el fondo del mar que no me quiso dejar.
Solo fue que te fuiste una vez y cuando volviste ya no traías la luna contigo.

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