viernes, 31 de diciembre de 2010

eternidad (IV)

I, II, III



Ya no hay rumor de cadenas que asuste a los ratones.
Sólo una ruina vacía bajo los rayos de la noche, desafiando a la eternidad.




jueves, 30 de diciembre de 2010

sombras de luna (III)





Una mirada azul, azulísima, como el cielo que ya nunca ve, se descubre entre unos párpados de nieve y hacen luz la tiniebla, mientras la melena dorada refleja todos los matices de los amaneceres perdidos.
Un aliento cálido como las corrientes de verano se escapa entre los labios rosados, que murmuran palabras mudas a dos suspiros del suelo.
Una imagen, cientos de lunas atrás, borrosa y llena de polvo, se mezcla con otra que casi puede tocar, cerca, muy cerca, a un paso inexistente, y se queda quieto, muy quieto, mientras se oye una sola respiración.
El azul del cielo clava su pupila en la sábana y las cadenas y un grito ahogado deja cabalgar su eco por todos los corredores.
Casimiro suspira con eterna resignación. ¿Qué otra cosa podría esperar? Un fantasma ajado en una vieja ruina no es compañía para una hermosa dama solitaria. Pero, tú estás sola, yo también... No tiene porqué ser un cuento de terror.
El pálido pecho comienza a palpitar más despacio y los inquietos ojos tornan en miedo en curiosidad.
¿Quién eres?
Sólo un espectro, la sombra de un hombre que ya ni existe, ni recuerdan, ni a veces pienso que en realidad viviera.
Y, ¿por qué no fuiste con los demás? ¿Por qué de tu soledad entre estos muros...? ¿Por qué arrastras esas cadenas?
Un temblor recorre el cuerpo inmaterial de Casimiro. Se oye un rumor metálico del pesado roce contrala piedra del suelo.

Ecos de siglos pasados resurgen desde el fondo de una memoria dormida. Miles de cascos de caballos golpean tierras lejanas entre gritos de hombres fieros, valientes y asustados. Aullidos de victoria, cuerpos ensangrentados y amigos perdidos. Una lenta, dolorosa y anhelante vuelta al hogar y comentarios sorprendidos en voz muy baja de quienes no esperaban volverlo a ver.
Y entonces, la oscuridad.
Millones de noches en vela, pensando en el regreso, suplicando sus ojos, sus labios, su aliento. No había batalla dura si la recompensa era volver a sus brazos. Pero al regreso ya no estaban sus ojos, ni sus labios, ni su aliento; Sólo una fría losa blanca con su nombre en suelo de una capilla. Se la llevó el invierno, dijeron. No esperó a la primavera. No lo esperó a él.
El recuerdo aquí se pierde, entre delirios de loco, bramidos de animal herido y fragmentos de mármol blanco y madera astillada.
Y ya siempre fue un espectro vagando por su castillo, la sombra de un hombre que existió y durante un tiempo recordaron, pero que ya no volvió a vivir ni en vida.

La única respiración se detiene y, por un momento, todo es silencio en la inmensidad. Una lágrima plateada brilla resbalando por la blanca mejilla, junto al oro de su pelo.
Creo que ya nadie ama así... Yo una vez...
La noche avanza, entre estrellas y sombras de luna, donde se encuentran dos almas que se tocan en la distancia de los siglos, mezclando los añicos que aún les quedan para matar la soledad.

lunes, 20 de diciembre de 2010

pájaros

hay quien desplega sus alas para dejar volar su imaginación
hay quien se esconde tras ellas dejando entrever solo uno de sus ojos
hay quien te las enseña para que las veas



si son preciosas tus plumas por qué no me las ibas a enseñar...

lunes, 6 de diciembre de 2010

jueves, 2 de diciembre de 2010

Así se fue

De regalo de despedida se llevó un beso envuelto en papel de colores y un abrazo firmado con cariño.
Dejó su corazón escrito en una tarjeta, una lágrima guardada en una botella sin etiqueta y cerró la puerta sin llave, por si acaso.
Su maleta, cuidadosamente llena de nada, se quedó en el portal, junto con todo lo imprescindible para no ir a ninguna parte, mientras una canción de las lentas sonaba en el tocadiscos.
Llevaba las miradas atrás en un estuche de mano que abría de vez en cuando, pero no mucho, para no hacerse daño.
Lo necesario lo dejó en un cajón y se llevó sólo aquello que un día le pareció tonto e inútil. Se subió a un vagón sin mirar a dónde iba y dijo adiós con la mano a alguien querido que nunca se despidió en el andén.
Recordó días lejanos, mientras se alejaba. Cerró los ojos.
Y así se fue.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Será solo un segundo adiós

Ayer, te descubrí cuando la noche había caído ya, entre ceños fruncidos, sentado en el mar... La luna se reflejaba en tu pecho como queriendo iluminar lo que me guardabas por dentro.
Entre ojos y besos nos encontramos. Nos queríamos, ¿recuerdas? hasta que la luna se marchó de tu pecho y quisiste correr tras ella hacia el horizonte. Tonta que fui cuando no te seguí. No te seguí para explicarte que la luna volvería en unas horas porque yo misma te la traería si es que era eso lo que tú pedías. Tonta porque me fui al fondo del mar y me enamoré en secreto de los corales que me recitaban poesía sobre soledad, sobre melancolía. Tonta porque no me conocí. Tonta porque no me quise.
Y apagué la luz tras de mí. Si volviste, no me viste.



Ahora, me dedico a caminar y mirarla tan blanquita entre lucecillas prendidas. Está muy lejos, casi ni ilumina... y me pregunto cuándo fue que te paraste y decidiste pensar que me quedé allí. Que mientras tu corrías empeñado en sueños de cielos helados y zapatos desgastados yo me quedé sentada como si aun respiraras a dos centímetros de mi oído. Que resulta que tu ceño me cautivó. Que no quise irme de aquel trocito de mar sobre el que nos sentamos con la luna en tu pecho y tus ojos penetrantes.




Mañana, me encontraré con tu espalda en la estación de tren. Con el ruido que hay a despedidas y bienvenidas y aun así, cuando me encuentre entre tus ojos, sonarán las olas a dos centímetros de mi oído. Con dos lágrimas de verdadera pena me dirás que no la encontraste, que se fue, que no volvió. Y me abrirás un poco la camisa como diciéndome, ¿ves? aquí no está. Y me quedaré anclada en el asfalto porque no podré ni respirar cuando las olas me alcancen el oído... hasta que me dejo caer al recuerdo de los corales.


No creas que no lloré al girarme e irme.
Solo fue el fondo del mar que no me quiso dejar.
Solo fue que te fuiste una vez y cuando volviste ya no traías la luna contigo.

martes, 9 de noviembre de 2010

Original como el pecado

Adán y Eva sólo eran mortales con hambre.



Wake up! It's a beautiful morning, honey...

Are you hungry?






Come.

jueves, 4 de noviembre de 2010

en suspenso

Sí, bonito atardecer.
Es una pena que nadie haya tenido tiempo para verlo, corriendo apurados hacia ninguna parte, pensando tan sólo en que pase un día más...
Tenía unos colores preciosos, de esos que nunca puedes recordar, porque son demasiado bellos para caber en una sola mente. Como los que una cámara nunca podrá captar.
...contando las horas para que llegue otra noche, que luego nunca aprovecharán...
Y el mundo, por unos minutos, parece quedarse en suspenso, gastando su energía sólo en crear una ensoñación.
...contando los minutos para que acabe la semana...
Se hace el silencio y sólo se oye una lenta y tranquila respiración. Tal vez un suspiro.
...y es una pena que no lo hayas visto tú.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Así es

Cree ser una estatua de mirada perdida e indiferencia al mundo.
Cree poder sentarse frente a mi cual libro cerrado.
Cree poder sonreír y hacerme creer su risa.
Cree amanecer todos los días pensando que yo camino por otro sendero.
Cree que puede mirarme y no leerme los latidos que le mantienen con vida.
Cree que no vivo en su mismo país.
Cree que no sé nada.

Pero solo lo sé. Vivo tan cerca de ti que puedo escuchar tu respiración mientras duermes... y cuando oigo a tu corazón bombear sueño yo. Después, amanece y salgo a caminar pisando las huellas que cinco minutos antes has pisado tu. Si en algún momento de tu caminar te vuelves a sonreírme, no te creas que el sol no hará brillar la lágrima que se desliza para esconderse en la sombra de tu cuello. Y cuando observo el libro cerrado encima de la mesa puedo sin abrirlo leértelo de principio a fin. Sigues caminando y te paras, te quedas inmóvil. Tus ojos se pierden y empiezo a rodearte mientras te observo. Y entonces, no dejo de ver cómo me haces creer que no sabes que estoy ahí mirando al viento ondear tu pelo...

Pero así es, seguiré mirando al viento ondear tu pelo mientras te pares en el camino.

chica bipolar

La chica bipolar suelta una carcajada mientras dos gordas lágrimas de pena le surcan las mejillas a toda velocidad. Cree que el mundo es una basura y se echa a reír por ello y por otras cosas también.
Sube montañas muy empinadas y le dan miedo los escalones más insignificantes. Es madura, es infantil, es brutal.
Vuela.
Vive en las nubes, ama la tierra. Llora a veces sin motivo. No le importa nadie, pero quiere a todo el mundo y si eres su amigo te quiere aún más. Si eres su enemigo... te puede llegar incluso a querer y entonces sí deberías echarte a temblar.
Echa a andar, da dos volteretas, grita excitada. Se sienta indiferente a ver la vida pasar.
La chica bipolar es fuego y es hielo y cuando te mira quieres correr, pero no sabes si hacia ella o justo en dirección contraria, porque ella lo bipolariza todo, incluso a ti. No sabes si odiarla con toda tu alma o amarla hasta morir. No puedes apartar sus ojos de tus ojos y sólo quieres suplicar que deje de mirarte así.
Ella te quiere y no te quiere, te quiere y no te quiere, y todo eso en menos de lo que tú tardas en susurrar bi-po-lar.
Es dulce, es salvaje, es genial. Está loca de atar. Es tan inteligente que a veces parece tonta, pero no te dejes engañar, a veces simplemente es tonta. Nunca parece lo que es y nunca es lo que parece. También sabe fingir muy bien, pero no le gusta mentir, salvo cuando le divierte. Y tú nunca sabes cuándo se está divirtiendo.
Está y no está. Puede hacer las dos cosas a la vez.
La chica bipolar es como es, lo tomas o lo dejas, tú asumes el riesgo.
La chica bipolar ahora te está sonriendo. Espera un minuto y verás.

lunes, 18 de octubre de 2010




¿Qué día es hoy?


Qué más da. Sólo sigue respirando.








Si las cosas malas tienen que suceder, al menos es genial estar rodeado de gente matavillosa.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Recuerdos caducos

Fue un caballero ilustre que se sintió orgulloso de su caminar. En un momento dado de la historia que escribió sentado entre nubes de fresa, aquella única que escribió para vivirla, decidió dejar su huella en el camino al abrigo de un árbol viejo. Eligió el lugar en el que guardar sus recuerdos con sumo cuidado para que el viento caprichoso, las fuertes tormentas vociferantes y el mar de la noche no pudiera borrarlos.

El momento se dio un día tras la lluvia. Se calzó sus botas marrón oscuro e hincó con fuerza su talón sobre el barro mientras fruncía el ceño dándoselas de persona interesante. Tan sólo un rato después, sonreía de manera satisfactoria cuando miraba su huella profunda en la tierra. Y sonreía también día tras día, de lunes a domingo a las nueve de la mañana, al ver que seguía allí como si de suelo lunar se tratara.

El 7 de octubre de 1963 fue el día en el que unos cuantos trajes con sonrisas y ojos de admiración le estrachaban la mano como si fuese el mismo dios personificado en apenas metro sesenta y cinco de estatura. Su pelo aun no había clareado y su mirada despertaba pasiones de todos los tipos y colores. El caballero, sin caballo y sin espada, se enfrentaba a la vida con valentía, miraba al horizonte como si alcanzarlo pudiera con dar solo un paso. Le encantaba acariciar sus momentos de soledad mientras cavilaba y sentía hierba fresca colándose entre los dedos de sus pies.





Aun recuerdo cuando este caballero ilustre recorría con sus ojos la habitación hasta encontrarme y luego venía y se sentaba a mi lado y me leía y me decía que me quería...





Un anciano de pelo cano, bajito y encorvado, sentado en un banco de un parque aparece como inmune al mundo real. El sol le da de medio lado y apenas se cuela entre cuatro hojas amarillentas de los árboles de un otoño de principios de noviembre. La mañana es sencillamente preciosa, es de esas de sonido de pájaros y sol caliente.

Una mujer a su lado, de unos cuarenta años, con el cabello semirrecogido y zapatos muy gastados es bella en esencia. Lee atentísimamente y en voz alta una novela de un millón de páginas sin pestañear y acerca sus labios al oído del anciano de su lado. Hasta incluso ves, de vez en cuando, a sus ojos sonreír.

Termina el capítulo de la novela al tiempo que observa al anciano esperando un regalo del cielo que no llega desde hace años. Demasiados años. La mirada del viejo perdida en la nada, su rostro perdido en la inexpresión y sus extremidades perdidas en la dependencia.

- Papá...

Como si se acordara del millón de páginas que escribió o de la cantidad de gente que le admiraba por cada una de ellas. Como si la recordara a ella. Como si fuese posible, había despegado la mujer en dos veces los labios pronunciando esa palabra para la que ya no existía respuesta.

Más tarde, en ese mismo instante pero como siglos antes, durante un momento caprichoso de la vida, uno cualquiera como cuando te sientas en un parque bajo el sol de otoño creyendo que hoy es igual que ayer, fue que el recuerdo débil de una bota clavándose en la tierra estrelló al anciano contra el mundo real. Luego vinieron las mil imágenes de mil páginas que una tras una habían surgido de sus dedos y prácticamente de los poros de su piel. Luego, la sonrisa de una esposa que le amaba. Y ya por último, una niña que corría por un pasillo con un enorme lazo rojo en la cabeza.

Pero... ¿quién era esa pequeña que corría hacia sus brazos?


El anciano, que por primera vez en algunos años hizo brillar el blanco de su pelo, pestañeó lentamente sin desviar su mirada. Al término de este espontáneo pero muy inusual movimiento, una lágrima, como la gota que resbala de una hoja después de muchas horas tras la lluvia, recorrió las arrugas del anciano. La mujer, que no le había quitado el ojo de encima ni un solo instante desde que había puesto fin al capítulo de la mañana, tuvo que nadar fuerte a contracorriente para no ahogarse en la lluvia que sin quererlo había empapado su rostro.


Cuando la mujer fue capaz, abrió el libro y continuó leyendo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ojos Grises, Ojos Negros (ii)

Ojos Grises miró a Ojos Negros.

“¿Dónde has estado todo este tiempo?”, parecía suplicar desde el fondo de sus pupilas.

Ojos Negros no podía apartar la vista.

“Buscándote”, respondía desesperada su mirada azabache. “Buscándote en cada rincón”.

Ojos Grises cerró los párpados y dejó escapar un suspiro entrecortado. Le costaba respirar.

“Buscándome...”, repitió sin abrir la boca.

“Sí... cada día, durante mucho, muchísimo tiempo”.

“Cada día, en cada esquina, en cada risa... en cada llanto”.

Ojos Negros siguió mirándola, ahora intrigado.

“Sí...”:

Ojos Grises seguía con los párpados fuertemente cerrados.

“En cada nueva persona... En cada par de ojos”.

Ojos Negros la miró aún más fijamente. De haber estado hablando en voz alta, ahora habría guardado silencio. Pero no hacían falta palabras entre miradas que se conocían tan poco, pero tan bien.

“¿Cömo...? ¿Cómo lo sabes?”.

Ojos Grises los abrió de repente, y volvió a clavar su mirada cenicienta en aquellas brillantes pupilas negras.

“Porque yo también te busqué, cada día, durante mucho tiempo. En cada par de ojos”:

Ahora fue Ojos Negros quien suspiró y apretó muy fuerte sus párpados cansados.

Mucho tiempo.

Cuando volvió a abrirlos, Ojos Grises tenía la mirada empañada y perdida en algún infinito más allá de las personas que se movían, siempre con prisa, a su alrededor. Seguía igual de preciosa que hacía tantos años. Más mayor, más vencida por la vida, pero hermosa y radiante, como la primera vez. Se acercó un poco más y le levantó la cabeza cogiéndola suavemente la la barbilla. La profunda mirada perlada volvió a atravesarle el alma por segunda vez en su vida.

Una lágrima tibia se escapó desde el fondo de los ojos plateados y resbaló por su mejilla hasta mojar la mano áspera que le rozaba la barbilla. No era la primera vez que lloraba por esos ojos negros, por imaginar cómo habría sido verlos, antes que nada, al despertar por la mañana. Pero ya...

“Ya... no puedo”, gimió desde el fondo de su cuerpo.

Él la miró como un animal al que acaban de herir y sabe que sólo le queda intentar sobrevivir desesperadamente. Volvió a cerrar los ojos y cuando los abrió, también estaban cubiertos por una bruma húmeda que lo difuminaba todo y sólo le dejaba percibir manchas a su alrededor.

“Lo sé, lo sé. Yo... tampoco... ahora ya no”:

Ojos Grises se arrojó a sus brazos y hundió su cabeza en el amplio pecho que le daba cobijo. Ojos Negros hundió la suya entre los alborotados cabellos rubios que se agitaban con el viento y la desesperanza. La apretó contra sí, le rodeó los hombros con sus brazos ya de hombre, mucho más fuertes que los de aquél chaval que la vio cansada y sonriente en una estación de metro, tantos años atrás. Sí, había cambiado. Estaba más alto, más corpulento, más varonil con esa barba de varios días. Pero ella habría reconocido aquella mirada en cualquier parte del mundo. Y aunque ella también había cambiado mucho, él llevaba grabados a fuego esos ojos que nunca podría olvidar.

Se separaron un poco y ella lo miró desesperada.

“Lo sé”, respondieron los ojos negros. “Lo sé”. Pero ahora sonreía entre las lágrimas.

Ella asintió y también sonrió, sin que cesaran de rodar mil lágrimas por sus bonitos pómulos.

“Lo sé”, repitió él acariciándole la mejilla con dulzura.

Dos segundos más de miradas y ella lo besó.

No importaba quién pudiera verlos, ni todas las explicaciones que tendría que dar si alguien lo hacía. Ni las discusiones, ni los enfados ni los problemas que podrían venir. Lo besó y ya no había nada más.

Él olvidó quién era, dónde estaba, quiénes había en su vida. Olvidó todo lo que estuviera más allá de aquellos labios y de ese pelo y de esa cintura. Se olvidó de los millones de personas que los rodeaban. Y casi se vuelve a olvidar de respirar.

Un último roce, muy suave. Una última mirada.

“Adiós”, dijeron los ojos grises.

“Adiós”, dijeron los ojos negros.

Ella y su cabellera rubia se dieron la vuelta y se fundieron una vez más con la multitud. Él se quedó clavado donde estaba, pensando cómo podría volver a su vida habiéndola perdido una vez más.

Para siempre.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

cinco segundos después (i)

La vio, y ya no había nada más.
Estaba preciosa. Puede que algo cansada, pero aun así, era lo más hermoso que había visto jamás. Ella lo miró y, por un instante, se le olvidó respirar.
Tenía sus ojos grises clavados en las pupilas, dolorosamente bellos, dolorosamente dulces. Y una pequeña sonrisa que se asomaba debajo de ellos, como una radiante luna creciente que teme resplandecer entre las nubes.
No sentía el ruido, no sentía los empujones, no sentía los murmullos disgustados de la gente con prisa. No sentía nada que no fuesen esos ojos grises atravesándole el alma.

Y decidió que esa era la mujer de su vida.

Lo decidió durante esos cinco largos, apasionados, deliciosos segundos en que se quedaron mirando, a tan sólo unos metros el uno del otro, en medio de una muchedumbre vacía.
Lo decidió una milésima antes de que las puertas del vagón se cerraran y se creyera morir. Se lanzó hacia ella, pero ya era tarde y el metro volaba sobre la vía como si huyera de algo. Creyó ver la desesperación en los ojos grises a través del cristal, o tal vez fue un reflejo de los suyos.
Y el vagón desapareció en la oscuridad despiadada.
Se quedó clavado en una peligrosa posición, muy cerca del hueco de la vía. No sentía el ruido, no sentía los empujones, no sentía los murmullos disgustados de la gente con prisa. No sentía nada que no fuesen esos ojos grises que le habían atravesado el alma.
Ocho millones de habitantes en una ciudad enorme.

Había encontrado a la mujer de su vida.
Y cinco segundos después, sólo había multitud.


Estaba cansada. Cansada de todo, cansada. Su mirada gris perdida entre los borrosos colores de la gente. Y, de repente, unos ojos.
Negros, grandes, hermosos.
Fijos en ella.
Su estómago hizo una pirueta y sostuvo la mirada para asegurarse de que no se equivocaba. No. Esos ojos negros eran sólo para ella. Una sonrisa muy pequeña, muy tímida, se le escapó de los labios sin pedirle permiso y se negó a irse de donde estaba. Sí, esa mirada tierna y salvaje era suya, para ella nada más.

Y lo supo. Aquél era el hombre al que quería amar siempre.

Lo supo cuando se dio cuenta de que ya no estaba cansada y que podría echar a correr a sus brazos en ese mismo momento.
Una milésima antes de que se cerraran las puertas a treinta centímetros de ella. Creyó que se moría.
Gritó, empujó, tiró, pero el tren ya había arrancado y sólo vio unos desdibujados ojos negros correr detrás de ella.
Le entró pánico. Gritó, sollozó, se llamó estúpida. Le temblaban las piernas. Se quedó pegada al cristal de la puerta, mirando la oscuridad del túnel.
Ocho millones de personas.

Había encontrado a quién amar
y cinco segundos después, sólo había soledad.

sábado, 28 de agosto de 2010

mi mundo paralelo

Son angostos algunos caminos que mis pies se empeñan en caminar. Son largos y pedregosos esos senderos. Son oscuros... dan miedo.

Es que... verás, son años ya los que han pasado, y aún así, son recuerdos de dulce azúcar los que me persiguen. Son frondosos los árboles de aquellas tierras que solía transitar varias edades atrás. Es tan brillante su sol. Iluminan la tierra sus estrellas ¿Cómo quieres, entonces, que no me asome a ver ese mundo que dejé por esta ventana de papel?

Y no sé... será que soy demasiado delicada como para romperla y encontrarte allí. Será eso.

¡Menudo mundo el mío! Y tan mío lo creé que lo separé del resto con esta ventana creyendo así que tu cuerpo inquieto, investigador, interesado en el porvenir a mi lado, lo atravesaría para encontrarme. Pero claro, no anuncié mi retirada de aquel mundo perfecto y ahora... ahora no existe el valor suficiente en mi pecho como para que yo roce siquiera esa ventana, ¡qué especial me creí al separar mi mundo del de los demás! ¡qué estúpida resulté ser!

Pero bueno, por si aún hoy, me quieres encontrar, debes luchar contra el dragón, atravesar el volcán en erupción y comerte novecientos noventa y nueve cocodrilos sin pan. No pongas esa cara, tú solo sigue la oscuridad que yo estaré en el infinito.


martes, 24 de agosto de 2010

(Dis)capacitada

Hay cosas de los días que se pasan que son muy difíciles de definir para mí. Son cosas para las que mi mente de origen perdido no está capacitada. Son palabras que no puedo pronunciar o es que son ideas que se me hace imposible asociar. Rotundamente no sé.

Perdóname si lloro y no te explico el por qué.
Oye, disculpa si te pego y grito y no soy capaz de dibujarte entre mis ojos la razón.
Perdona si me río y no soy capaz de contagiarte.
Lo siento...

...no estoy capacitada para entender a los humanos.

Y ya sabes que yo soy uno de ellos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

amanecer (II)

Las mañanas no existen y las noches no acaban nunca, mientras los días se suceden, iguales, sin sentido. Parece que el tiempo no pasa cuando tu tiempo ya pasó y por delante sólo ves el infinito.
Sale la luna, se oculta entre las nubes, saluda desde los charcos. Todo es igual que ayer y mañana. Las madrugadas no importan cuando no tienes con quién compartirlas.
El fantasma Casimiro suspira en la escalera escombrosa.
Echa de menos el amanecer, pero sólo las tinieblas están dispuestas a acoger a un fantasma melancólico y la radiante luz de la mañana no es lugar para sus cadenas oxidadas. Sacrificaría su eternidad por un segundo de compañía. Pero ya nadie va por aquellos campos desolados y ¿quién va a acercarse a un siniestro castillo? No, la gente hace decenios que busca caminos alejados de ese sombrío lugar y tan sólo las campanas, allí, muy lejos, recuerdan que hay vida detrás de los negros muros.
No, quién va a acercarse a una ruina tenebrosa.
Una noche más, vagando por los oscuros corredores, arrastrando cadenas y asustado ratones. Una noche más, precedida de muchas otras y seguida, probablemente, de muchas más.
En soledad.
Se mueve con lentitud. Precisamente prisa no tiene. Mira la luna, única compañera. Lloraría si pudiera.
Lo distrae un destello dorado. ¿Dorado? Hace mucho que el oro y el lujo desaparecieron de este lugar. Se detiene en su vagar. Se habría detenido también su respiración, si tuviera.
No es oro lo que ve, aunque para él, resplandece más que cualquier metal precioso que haya visto jamás. En un rincón, medio escondida entre las sombras, yace una dama, con su largo cabello rubio derramándose sobre los sucios adoquines negros.

Casimiro cree volver a ver el amanecer.


doce campanadas y un fantasma solitario (I)

miércoles, 4 de agosto de 2010

niño

Pequeño niño emprendedor, que se levantó una mañana con ganas de escalar, salió a pasear entre las montañas. Caminaba en perpendicular y caminaba en horizontal mientras las pocas plantas y árboles al alba despiertas le saludaban con sonrisas de terrones de azúcar. Sabía saltar sin empujarse con los pies y caer con las manos sin rasparse ni un poco las palmas. Era todo un campeón en natación y baloncesto y además, sabía decir que no al sol cuando le quemaba la espalda. Que no, que no... que eso no estaba nada bien. Pequeño niño camaleón podía ser león y podía ser cangrejo. A veces, quiso ser mono chillador pero es que su madre no le dejó. Verás, el niño solía encantar a piedras y rosas. Solía reír a ritmo de jazz y cantar como ruiseñor al amanecer.

Porque de niño encantador pasó a niño embaucador fue por lo que los abejarucos le miraban con recelo y las golondrinas hasta con desprecio. Verás, tras tiempo de pasear y saltar, el muchacho se aburrió del azul del cielo y del nácar matutino de algunas cuantas plantas. Solía mentir y engañar tanto como encantar a vientos repentinos nunca antes vistos, por ello fue por lo que le divirtió tanto su juego. Podrás deducir cómo las piedras y las rosas ya no se dejaban estafar… En un momento de su pequeña historia resultó que no le importó dónde las había guardado con tanto recelo tiempo atrás.

Pequeño niño timador se transformó en fiera para siempre, perdiendo así varias de sus buenas cualidades. Creció de un salto rascando los cielos y nunca más volvió a amar el jazz. Verás, niño ruiseñor tampoco volvió a cantar.

Qué mañana tan amarga aquélla en la que se vio reflejado en un charco sucio y notó su tez mohína. Qué momento tan triste cuando recordó el olor a fresco de un río en vertical o cuando quiso reír y sonó a trompeta desafinada. Qué amadas las rosas de tus uñas y la piedra de tus pies. Qué añoradas.



Pequeño niño emprendedor enfiló en solitario la avenida de las muelas picadas y quiso volver a llorar por no ser mono chillador y no por notar el amargo sabor de los recuerdos. Verás, niño perdedor ya no pudo caminar en vertical.

miércoles, 21 de julio de 2010

desconocidos

Creo que quien me mató no quería hacerlo.
Lo vi en sus ojos mientras me encañonaba: algo así como una disculpa, una súplica de perdón. Entre mis lágrimas lo vi, puede que lo sintiera. Quizá él también lloraba y lo que vi fueron sus ojos húmedos e implorantes.
Durante un segundo dejamos de ser enemigos, de bandos contrarios, países diferentes, culturas opuestas, y fuimos dos personas infinitamente tristes en medio del caos. Dos hombres, uno de rodillas, otro de pie, que se miraban a los ojos sin tener absolutamente nada personal el uno contra el otro.
Dos desconocidos.
Como niños aterrados y desconcertados ante tanta destrucción.

No lo hagas.
Lo siento, no tengo opción.

Sí, sólo dos hombres, uno vivo y otro no.
No le guardo rencor.
Seguro que él también tenía familia allí lejos, donde estuviese su hogar. Unos padres amantes, una esposa enamorada, una preciosa niña rubia con unos enormes ojos azules... Yo pensé en ellos mientras cerraba los ojos.
Sólo un hombre, sí.
Espero que él pudiera volver a casa.

lunes, 12 de julio de 2010

josé

Se llama José y le gusta cantar en los bares oscuros y bailar en la playa al ritmo de las olas del mar. Ama amar lo que merece la pena. Lo que no... pues no. Le encanta correr hasta que se le para el corazón y además le gusta sonreír cuando cae redondo al suelo, agotado. Su madre, que le puso ese nombre español mientras asentía con la cabeza y sonreía, sabe que también le gusta el café con tres cucharadas y tres cuartos de cucharilla de azúcar. Dos granitos más, dos menos. A José le encanta dibujar su imaginación con nubes traídas de Escocia, y además, le gusta mirar sin ser visto. Le gusta admirar con fascinación lo que le sorprende. Le encanta que sus ojos resbalen hacia lo que cree no estar descubriendo, aunque, a veces, puedes ver al tímido de José mirando y observando y descubriendo pero no se da por aludido cuando le sonríes porque sabes que le has pillado. José engañador es un José que miente pero sin maldad porque simplemente le gusta ser un pillastre. Y es que a José le gusta saberse seguro de la calma de su mente. José camina como a caballo porque le gusta galopar por la vida, hace que suenen sus pasos sobre la tierra y hace que se levante el polvo a su paso. José dice "yo estoy aquí" y le encanta que te gires para reírte. José viene con regalos para todos como los Reyes Magos porque a José le encanta hacerte soñar.

Y ama volar.

Por eso no sé por qué detesta quererla tanto.
¿Es una pena?
O es que no la merece.

sábado, 3 de julio de 2010

garabatos

Cositas del mundo pequeño mezcladas con garabatos en la libreta sobre una mesa del salón.

Aquélla mañana salió el caballero a saludarme gentilmente. Se asomó ligerísimamente (tan ligeramente que pensó que no le veía) y cuando vio mi medio tacón aparecer sobre cuatro piedras del camino, se plantaron (él y su sonrisa) en medio de mi trayectoria natural hacia el olvido. Cuando me había acercado lo suficiente, como a cámara muy lenta, subió la mano a su sombrero de paja, entrecerró su ojo izquierdo con paciencia, escondió sus dientes durante medio segundo o menos y casi con una reverencia ceremonial, como de años muy lejanos, como de personas convertidas en reyes, princesas o nobles en general, separó imperceptiblemente el sombrero de su cabeza. Y luego me miró sin pestañeo alguno (esa sutil manera de acariciarme tenía). Sus ojos, como flechas encendidas me atravesaron y me empujaron al lugar del que había salido por la mañana. Trayecto inverso.

Un camino con cuatro piedras imposibles de caminar con mi medio tacón y una puerta por la que se asoma ligerísimamente.
Y se pone un sombrero de paja convirtiéndose en un galán momentáneo.
Y luego sale y le veo y... sumo garabatos.


Esperando el día en el que no salgas a saludarme.

martes, 29 de junio de 2010

la Ratita Presumida

La Ratita Presumida está muy triste esta noche: se ve las orejas muy grandes, los bigotes muy largos, los colmillos muy afilados...
La Ratita ha tirado al suelo un espejo, y llora sobre sus pedazos su amargura y su enfado.
La cola muy enroscada, la naricilla poco respingona, el pelo escaso de brillo...
Se suena sus moquitos en el precioso lazo rosa que se suele poner en la cola, porque hoy no lo quiere ni ver.
La Ratita Presumida sabe que es tonta, porque hay cosas más importantes por las que llorar, pero no puede evitarlo, y se siente aún peor.
Su Ratón la ha llamado hoy tres veces. Le ha dicho que es hermosa, que es la ratita más bonita que él ha visto jamás y que, además, tiene un noble corazón. Pero ella le ha cerrado la puerta en los morros, no lo quiere ver, no quiere estar con nadie.
Se suena sus moquitos en su lazo de seda rosa.
¿Tan difícil es de comprender que quiera estar sola para sentirse fea y tonta?

domingo, 30 de mayo de 2010

es genial ser genial

¿Sigues pensando que eres genial? Supongo que sí, porque la gente te lo dice, y la gente nunca diría nada que no fuera verdad ¿no es así? Sí, genial. Actúas bien, sonríes bien, eres todo simpatía, el gran público te adora. Pero, ¿qué gente dice que eres genial? ¿Te lo has planteado? No, claro que no, para qué. Si eres fantástico no te planteas esas cosas. Sólo sonríes y saludas, y das gracias a Dios por haberte hecho tan maravilloso. Cuando la cosa viene bien, eres un triunfador. Cuando viene mal... la culpa es de otro. Es lo que tiene ser un ente superior, siempre puede haber una excusa.
Genial.
Pero, si te queda un momento, entre sonrisas y saludos, quizá deberías planteártelo. ¿La gente nunca diría nada que no fuera verdad?
Y la gente que de verdad importa... ¿cree que eres genial?

jueves, 27 de mayo de 2010

¿y ahora qué?

La pequeña aparece caminando sobre esa carretera recta sin nada a los lados. No hay nada más allá de las líneas del suelo que aparecen, desaparecen, aparecen... Sigue sin saber lo que hacer, no ve curvas en la carretera porque no las quiere encontrar. No se desvía. Sigue las líneas del suelo.

Sin saber qué hacer ahora. No sabe cuál es el siguiente paso.

Aunque la pequeña ya sabe lo que quiere... ¿cómo va a saber ella qué hacer?. Solo es pequeña y estúpida. Quiere correr hasta saltar las piedras del camino, quiere bailar hasta destrozarse los talones, quiere reír y quiere llorar. Máxima tristeza y descontrolada felicidad. Quiere brillar y quiere que el sol brille con ella. Quiere ver lo que le puedes enseñar pero no sabe elegir el olor adecuado de las palabras ni el sonido de sus gestos. Sólo es pequeña y estúpida.

Escapando de sueños absurdos ella continúa acompañando las líneas del suelo sin torcer la cabeza un milímetro. Disimulo idiota. Arrastrando los piés seguirá hasta que las lágrimas no le dejen mirar más allá de la primera línea, seguirá mientras la luna le siga diciendo que el momento llegará, seguirá mientras le quede aire que respirar.

¿y ahora qué?

Dímelo tu.

sábado, 8 de mayo de 2010

A oscuras

Es de esas veces que cierras la puerta con llave desde dentro, apagas la luz y te tumbas sobre la cama.

Con las piernas estiradas, estiradísimas y los brazos igual, hasta los pies llegan a tocar las uñas. Con los ojos tan abiertos que no se pierden ni un solo movimiento de la nube que quiere tapar a la luna. Esa ventana de ahí, que parece lo único que haya en el cuarto, es lo más cercano a un mundo imaginado, irreal, infinito. Enchufemos el cable de las estrellas cuando note que la respiración se me acelera más de lo pensado. Que no quiero que se me acelere el corazón. Al menos por esta noche. Hoy no.

El abdomen sube rítmicamente haciendo elevar el ombligo. Ese hueco lleno de historias para contarte cuando vuelvas de ese mundo imaginado, irreal, infinito.

Como soplos leves que te acarian la nuca mientras duermes.
Como yemas que te acarician la nariz, desde el entrecejo hasta la punta.
Como cabellos que acarician los lunares de mi espalda.

Como caricias tras la ventana.

domingo, 2 de mayo de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

bicho raro

No hace falta ser gigante, ni enano.
No hace falta tener tres patas donde debería haber cuatro.
No hay que tener la piel verde, tres ojos en la cara ni antenas encima de la cabeza.
No tienes por qué hablar klingon,
ni tener las orejas acabadas en punta.
No es requisito llevar gafas de pasta.
Tu pelo no tiene que ser verde, ni violeta
y no tienes por qué tener aletas en los pies.

Para ser un bicho raro
sólo hace falta
pensar.

viernes, 16 de abril de 2010

Nubes oscuras en el cielo de Londres.
Puertas de madera o edificios de ladrillo.
Atardecer dorado en el mar.
Caminar.
El sonido del teléfono en casa.
Sonrisa familiar.
Abrazos.
Dedos que golpean suave tu muslo al ritmo de la música que escuchas.
Movimiento de las hojas con el viento.
Señora de pelo cardado.
Sol de verano.
Relojes que hacen sonar el tiempo.
Besos pensados y palabras repetidas en tu cabeza.
Mujeres que fuman entre rosas rojas.
Monedas en fuentes.
Fé.
Uñas cortadas a rás.
Aromas fugaces que recuerdan un instante.
Zapatos de cuero con tacón de aguja.
Carcajadas sonantes.
Películas de dos minutos aparentes.
Imagen de tu reflejo.
Pantalones con cinturón.
Perros que ladran pero no muerden.
Canciones de sonreír.
Correr descalzo en la playa.
Chicos que bailan.
Niñas con pelo rizado.
Bocas rojas y dientes blancos.
Ojos abiertos.
Manos que saludan casi imperceptiblemente.
Calor de un cuerpo vivo.

tú.

Casi común.
Casi corriente.

Único.

viernes, 9 de abril de 2010

el pobre Jack

El callejón está oscuro, lúgubre, abandonado. Sólo una luz mortecina que debe salir de algún burdel se refleja en los gastados adoquines del suelo y se convierte en un rayo brillante cuando toca la superficie lisa de un sucio charco. El lejano rumor de Londres apenas se oye, quizá se intuya, pero aquí todo es silencio, siniestro silencio.

Y unos pasos.

Resuenan rebotando de una pared a otra, elevando el eco conforme se acercan, escalofriantemente sonoros en el silencioso callejón.
Pone los pelos de punta.
Si fuera tú, echaría a correr.
Si fuera ella, posiblemente habría gritado así.

Pero todo es tan rápido que parece un parpadeo. Unos pasos, un grito aterrado... y silencio.
Siniestro silencio.

Los pasos se alejan deprisa envueltos en oscuridad.
El pobre Jack sólo quiso un amigo, pero no lo encontró. Sólo pidió amor, pero le rompieron el corazón. Buscó calor, pero sólo encontró lluvia, tormenta y desamparo.

Al pobre Jack lo buscan, pero no lo encontrarán jamás.


Y se convertirá en el Destripador más famoso de la historia.


viernes, 2 de abril de 2010

vacíos

Como aquella mañana en la que no podía, no quería, parar de sonreír porque te había visto cruzar la calle y guiñarme un ojo. Y caminabas segura sabiéndote diosa de mi religión.

Como aquella vez en la que un rayo de sol se encaprichó de tu ombligo. Jugaba con las sombras en el fondo de aquel rincón repleto de incertidumbre.

Como aquella vez que te bañaste en el mar sin más ropa que mis abrazos. Y las olas nos acompañaban carcajeándose envidiosas por un momento para siempre con nosotros.

Como aquellas veces en las que podía contar cada uno de los lunares que, desde tu cuello, se desparramaban en mil direcciones y alcanzaban el lugar de mis anhelos. Soñaba contigo incluso teniéndote a mi lado.

Como todos los días en los que supe que te conocía. Porque te miraba por dentro, entre vísceras y marionetas de cristal, y lo sabía, te conocía.

Como todos ellos, como todos esos días es el respirar hondo y sentirse vivo.

Sentirse vivo. Algo puro y frágil como un diente de león en medio de un huracán. Colócalo entre tus manos formando un cuenco. Con tus yemas suaves y delicadas se sentirá mejor al pensarse protegido. Pero no le abraces fuerte si luego le vas a soltar. No lo hagas. Mejor lento y delicado como un beso en un día en el que el mar susurra los segundos que se pierden. Protégeme... ¿No ves que hace viento y no quiero volar lejos?

Recordando cuando estudié y aprendí al dedillo cada uno de los detalles de tu fisionomía. Podría describirlos siguiéndote con mis manos.

Como si estuvieras aquí. Y bailáramos.

Como si me acariciaras el lóbulo de la oreja con tu dedo índice. Y me perdiera entre cosquillas.

Como si pudieras atravesarme con solo girarte hacia mí. Siempre lo has hecho al levantar la mirada y mirarme. Y me he vuelto a perder.

Como si pudiera respirar hondo o como si pudiera respirar.

Aparece débil tendido en el suelo helado de un cuarto del hogar que no siente suyo, sin poder mover un músculo como si convertido en un tetrapléjico se hubiera despertado una mañana. Con el ácido recorriéndole el cuerpo, quemándole como el fuego a un bosque seco. Deshaciéndose poco a poco y quedando nada de un ser que algún día fue. Siendo dolor y angustia su definición. Siendo lágrimas su esencia. Cenizas.

Como si pudiera hablarte desde el otro lado de la pared. Y tú pudieras escucharme hasta siendo muda mi voz.

Como si te viese humedecer tus labios con esa saliva tuya. Rojos eran esos labios como la sangre que me recorre.

Como si te viese entregar al mundo a un ser que era de los dos. Tuyo y mío. Es de los dos.

Pero el oxígeno desapareció del aire como el algodón blanco y débil vuela desde el diente de león con esa brisa que te sorprende. Desapareció para ahogarme en este mar sin fondo.

Un día en el que salió el sol entre dos nubes negras, muy negras, apareció ella en la puerta de mi cuarto. No medía más de un metro y sus ojos recordaban al edén. Pequeña dosis para mi pulmón izquierdo. Rosas blancas y lirios dorados que serían depositados entre hojas secas de un otoño terrorífico. Porque te lo prometí.

Como si pudieras verme cómo todos los días vivo por y para ella. Y sepas que está segura conmigo.

Como si con cada abrazo mío sintiera tuyo la mitad. Y no olvide tus caricias.

Como si estuvieras caminando a nuestro lado. Como si estuvieras. Como si estuvieras aquí.

Desde la lápida que dibuja mi soledad, agarrados de la mano el padre y la hija se miran. Una desde abajo y otro desde arriba. Ya han terminado. Hora de volver. Antes de que arranque el viento de nuevo.

Disimulando las lágrimas al recordar mientras camina el beso que le entregó en el momento en el que su corazón decidió pararse. El beso que le dio cuando sus labios se secaron y no volvieron a mojarse. Disimulando que eras mi vida a la otra parte de la misma. Disimulando lo que te quise. Disimulando lo que te quiero. Como si fuera necesario.

Como si mis pies se hubiesen perdido en la arena tras esa ola. Y ahora pesaran quintales.

Como el aire en mis pulmones otra vez. Soñado.

Como un beso en la mejilla a un caracol que sale con los días de sol. Un beso a mi caracol. A nuestro caracol.

Un beso en tu mejilla.

viernes, 19 de marzo de 2010




"Sin ti,
las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las de ayer"


Hipólito.

Amelie



martes, 16 de marzo de 2010

Julieta y Romeo

Julieta no quiere hoy asomarse al balcón. Está enfadada pero Romeo no sabe por qué. Lleva toda la tarde llamándola desde el jardín, pero ella no sale. Quizá es porque en los últimos días él no apareció. Ni siquiera mandó algún mensaje. Romeo pasea nervioso de un lado a otro debajo de su ventana. Pensó en hacerlo, pensó en avisarla, pensó mucho en ella. Pero no lo hizo y ahora Julieta no se quiere asomar a su balcón. Romeo se masajea las sienes mientras no para de andar en círculos. Se había sentido acorralado, de repente se le había echado encima toda aquella historia y había sentido la necesidad de escapar. Pero había pensado en ella, no había parado de hacerlo y cada vez más conforme iban pasando los días. Y al final había vuelto, había dejado otras fragancias, otras pieles, otros jardines para volver corriendo a llamarla debajo de su balcón. Pero Julieta no saldrá hoy, como cada noche, para ver si él está allí. Porque Julieta está enfadada, aunque Romeo no sabe muy bien por qué. Mira una vez más hacia arriba y ve luz en la ventana. Se sienta en el suelo, apoya la espalda en un árbol, estira las piernas delante de él y levanta la vista hacia el resplandor detrás de la cortina. Puede que Julieta no se asome hoy y puede que tampoco mañana. Pero Romeo esperará bajo su balcón.

sábado, 13 de marzo de 2010

una vez

En la sala oscura y repleta, repleta de humo. Con esa música fuerte que no para de sonar.
Unos ojos caprichosos (admítelo, son muy caprichosos esos ojos tuyos) que parece que me observan (¿como con temor?) desde el fondo. Pero pegada a la pared hallo tu espalda y tus manos escondidas en un bolsillo o tras un vaso de plástico.

Pero miras.
Aunque ayer no lo hicieras.

Escuchando la música más extraña del mundo en aquel lugar reducido de oxígeno, (alguien dijo que no existía realmente, que todo me lo iba inventando yo sobre la marcha, el suelo, las paredes...) quiero bailar para que puedas ver mis pies moviéndose rápido y luego lento y luego rápido otra vez. Para que no te despistes. Para que veas donde estoy.

Aquí, riéndome sin parar y vigilando la pared y tu bolsillo con mi ojo izquierdo, solo con el izquierdo, porque así puedo usar el derecho para no chocarme con tanta gente que hay entre tu y yo. Y porque si te mirara con los dos creo que alcanzaría la pared en menos de tres pasos.

Y tras largo rato de bailar y reír y bailar y sonreírte ya te fuiste, con la mano en tu bolsillo y los ojos en la nuca. Te marchaste sin mover la mano lentamente de un lado a otro como sí que hice yo. Mañana nos vemos.

Aunque mañana ya no me quieras mirar.

jueves, 11 de marzo de 2010

margarita

Margarita baila al son de la primavera. Mueve las hojas al compás del viento que le hace cosquillas. Ríe cuando la hierba le acaricia debajo de la nariz.
Margarita no es un girasol, pero siente los cálidos rayos sobre su espalda, y le gustaría volverse para dar las gracias. Tiembla bajo el rocío, teme al invierno. Pasa calor en verano. En otoño está triste.
Margarita es blanca y amarilla.
No le gustan las abejas.
Margarita no sabe si te quiere, si no te quiere, si te quiere, si no te quiere. Pregúntaselo tú.
Margarita sólo es una flor que baila al son de la primavera.

martes, 2 de marzo de 2010

¿cuándo acaba la noche?

Que oscura es la noche,
que te envuelve y no te deja ver nada
y sólo se oyen las sombras
aunque no hay viento que susurre,
porque sólo hay noche, oscura noche.

Y aunque te dicen que después viene el día,
que mañana lucirá el sol,
que ya está aquí la primavera,
parece tan lejos, tan improbable, tan ilusorio...

Y te pierdes en la bruma,
te envuelves en la negrura,
te ahogas en la soledad...

y esperas el lejano, improbable e ilusorio rayo de luz.

sábado, 20 de febrero de 2010

el camino

Es una opción alternativa que la vida te ofrece. Dicen cosas sobre el destino... está escrito que sigas aquí, que sigas a las flores del camino. Vamos, salta esos charcos que te embarrarán los pies.

Me tumbo boca arriba en esta tarde de verano calurosa como nunca otra la hubo, miro al cielo y saludo a las nubes que se me antojan tan familiares como si escritas en mi libro las llevara . Y saludo a aquéllos pájaros a los que veo con cada salida de sol. Siempre ahí. Siempre los mismos. Sería terrorífico amanecer tumbado bajo otro cielo distinto, con pájaros de colores oscuros teñidos por algún maleficio a manos de alguien con poco corazón o incluso, ¡amanecer sin pájaros a los que saludar!

Algún día podrás sentirte orgulloso porque fuiste valiente. Te plantaste ante ti viéndote reflejado en un espejo de otro. Por fin lo hiciste. Ahora, estás ahí solo entre montañas, las lágrimas resbalan por esas mejillas que lucen rosadas cuando desciende la temperatura, tus manos llenas de barro... no es mentira, lo sabes, las sientes más limpias que nunca. Miras más allá de la consciencia de tus actos, de tus palabras y entonces te das cuenta. Sonríes. Te sonríes ¡y de qué manera!

Aunque ya no haya flores en el camino y el barro te alcance la barbilla.

Aunque el cielo se tiña de morado.

jueves, 11 de febrero de 2010

Rano, el niño miedo

Rano, el niño miedo, está sentado en el filo de la cama y sus piernas larguchas y secas cuelgan desde lo alto del edredón. Abraza con fuerza un peluche gastado, lo aprieta, lo oprime, lo deja sin respiración. Tiene los ojos muy abiertos, enormes en su cara flaca y alargada. El pelo finillo le cae sobre la ancha frente y la melena sin peinar le hace parecer más desgarbado aún. La mirada está clavada en el armario. No la aparta de la diminuta rendija que queda entre las dos puertas.
Rano tiembla. Hay un monstruo en el armario y puede que quiera salir.
Rano, el niño miedo, siempre tiembla. Hay otro monstruo debajo de la cama, una bruja detrás de la cortina, un troll al final de la escalera.
Rano tiembla en su habitación, tiembla en el pasillo y también en el cuarto de baño.
El pijama le queda grande y apenas ves su cuerpecillo temblar debajo, pero sus ojos gigantes se le salen de las órbitas y los ves antes que nada.
Rano, el niño miedo, quiere ser héroe, pero le faltan agallas y le sobra castañeo de dientes y entrechocar de rodillas.
Se mete bajo las sábanas, se tapa la cabeza con la almohada y aprieta su peluche fuerte, fuerte.
Ya no ves a Rano temblar.

Dentro de la cama no hay monstruos.

viernes, 29 de enero de 2010

una niña y la de al lado


Es reconfortante saber que puedes sentarte a mi lado por un momento y sin decirme nada hacerme saber que todo va a ir bien. Los altavoces funcionando a su máxima potencia cuando te digo que te agradezco cada minuto que me has dedicado haciéndome el favor de sentarte a mi lado para hacerme saber que todo va a ir bien.

Ni que me mires, ni que me toques, ni me soples, solo estar aquí este minuto bajo el techo de chapa. Sentadas sin mirar a la nada como una de tantas veces.

Podemos mirar el horizonte sintiendo que el mundo es nuestro. Como si pudiésemos poner y quitar todo lo que nos venga en gana de él. Y en cierto modo... así es ¿no crees? A nosotras solo nos hacen falta las cuatro neuronas que ese dios de brillante y amarillo cabello nos entregó en bandeja de plata. Hay que cuidar lo valioso. O eso nos dijo.
Recuerdo mientras sonrío cuando intentaste cortarlas por la mitad para que todo fuese más justo... ¿y si alguna sale defectuosa? Grandes mentes pensantes.

Al menos si me asomo a la ventana no me sentiré sola. Esté donde esté.
Tu me mirarás desde ese horizonte, me enseñarás el puñal con tu sonrisa pícara y me guiñarás un ojo para que te entienda.
Y nos echamos a reír. Como si fuese ya una costumbre.
Pero no somos malas.
Somos como somos.

sábado, 23 de enero de 2010

no me mires así

Estaba dándose bien la noche. Se había tomado cuatro o cinco cubatas y estaba empezando a sentirse en su salsa. La música le gustaba, sus amigos estaban muy divertidos. Y además había venido ella. Estaba preciosa. La verdad es que se había quedado medio embobado mirando sus larguísimas piernas que iban desde sus tacones negros y subían hasta el infinito, hasta esa graciosa minifalda que hacía volar su imaginación más allá de lo considerado decoroso. Bajaba la calle riéndose con una amiga, con su larga melena morena ondeando al compás de sus carcajadas. Era una cursilada, pero lo primero que había pensado al verla era que parecía un ángel bajando de los cielos. Entonces se dio cuenta de que se estaba pasando de ñoño y le dio otro trago al vaso que tenía en la mano mientras esperaba a que todo el grupo de chicas se uniera a ellos. Lo siguiente que pensó es que esa noche iba a caer. Llevaba ya tiempo dándole vueltas al asunto. No se explicaba por qué con ella le costaba tanto. Siempre había sido uno de los “latin lovers” del grupo, tenía el tema perfectamente controlado. Pero con ella siempre se acababa rajando. Qué estupidez ¿no? Pues esa noche había decidido que no se iría a dormir sólo y que esa morenita con cara de ángel sería la que se despertaría a su lado. Las chicas fueron saludando y llegó el momento en el que se acercó para darle dos besos a él. Si no te fijabas, quizá ni te dabas cuenta, pero estaba ahí. La mirada juguetona que se escapaba de su carita inocente, la sonrisa traviesa al decirle buenas noches, esos dos besos en la mejilla, suaves, casi un roce, dos milésimas de segundo más largos que los que había dado a los demás. Estaba ahí y hacía que se le fuera realmente la cabeza. Le encantaba la chica mala que aparecía camuflada debajo de la apariencia de normalidad. Y puede que le asustara un poco: él solía ser el chico malo... Pero esa noche era la última que el chico malo se iba sólo por portarse demasiado bien. Dio el último trago de ron que le quedaba mientras los demás seguían saludándose y sonrió para sus adentros. Sí, ya era hora de dejarse de tonterías.

Entraron al bar. Buena música, buen ambiente, la gente de siempre. Para qué más. Tomaron posiciones. Empezaron a hablar, a reírse, a decir tonterías. Ella lo miraba de vez en cuando entre el gran grupo de amigos. Él le sonreía, sonrisa de malo, por supuesto. De vez en cuando se tiraban pullas el uno al otro. La cosa se ponía interesante. Se lo estaban pasando bien. Estaba dándose bien la noche. La naturaleza le dio un pequeño toque de atención: demasiados cubatas seguidos, debería ir al aseo. Se resistió un poco más, ella se estaba metiendo con su camiseta... Una amiga le dijo algo y aprovechó para ir al cuarto de baño. Entró en los lavabos, que eran compartidos para los dos sexos. Por lo visto había que esperar. Otro chico, de los habituales del lugar, lo saludó cuando lo vio a través del espejo y se empezó a hacer una raya de coca. Él lo miró de reojo. Por fin un cuarto de baño libre. Entró corriendo y dejó que los litros de alcohol y refresco que llevaba en el cuerpo se liberaran completamente, para así poder seguir bebiendo después si la cosa surgía. Salió del cubículo y se arregló un poco el pelo de un par de manotazos. Qué pasaba, a él su camiseta le gustaba... El otro chico estaba limpiándose la nariz y lo volvió a mirar a través del espejo. Sonrió y le hizo un gesto con la mano.

­—¿Hace una?

Se quedó un segundo mirando el lavabo donde aún quedaban unas pequeñas motitas blancas. Se encogió de hombros. Por qué no. Puede que incluso le viniera bien. La noche estaba siendo genial, podía contribuir a mejorarla. Vio cómo esparcía el polvo sobre la superficie lisa de mármol del lavabo. Se apartó y le dejó sitio. Vio el destello verde de sus ojos en el espejo cuando se agachaba a esnifarla. Sus ojos siempre le habían dado buen resultado con las chicas. No quiso pararse a mirarlos mucho tiempo. Se acercó lo suficiente y aspiró.

...

Uau. Nunca se acostumbraba a esa sensación. Era algo increíble, pensó mientras se pasaba la mano por la nariz. Pero de repente se dio la vuelta. No sabía por qué, pero había tenido la necesidad de girarse de golpe y mirar hacia atrás. No tenía motivos, pero lo hizo sin pensar, con una urgencia que le entró de repente que le puso el corazón a mil. Quizá había oído la puerta abrirse mientras estaba metiéndose la raya y le había llegado el impulso con retraso. Quizá fue el silencio absoluto que había seguido a la apertura. Le había entrado un sudor frío antes de si quiera mirar. Y, posiblemente, si no hubiese sido un reflejo, ni se habría atrevido a hacerlo. Allí estaba ella, allí estaba su falda corta, su pelo negro y sus ojos oscuros, con una mirada indescriptible. Él no se había girado lo suficientemente rápido para ver cómo la preciosa sonrisa que lo buscaba se transformaba en el rostro más sombrío que le había parecido ver jamás. Ella no decía nada, su boca estaba sellada, pero en su mirada creyó leer “Ya no te quiero” y la vio darse la vuelta despacio, abrir la puerta y desaparecer.

Se quedó clavado donde estaba. No veía nada más que su imagen, dándose la vuelta y desapareciendo ante sus ojos una y otra vez. No escuchaba, no sentía. No sabia en que pensar. Sus ojos, esa mirada. Ya no te quiero. Chico demasiado malo para ella. Sintió un pinchazo en alguna parte indeterminada de su cuerpo, no distinguía el suelo del techo.

Y sólo alcanzó a pensar llorando que era un gilipollas.

viernes, 22 de enero de 2010

transparente

Me asomo a la ventana a observar este cuadro de luces y sombras pintado en acuarela. El suelo y las paredes, como mojadas, parece que se derriten al igual que tu figura que se insinúa entre la farola del parque y la puerta de aquel bar cochambroso. Quería mirarte un ratito corto tras la cortina de seda que nos separa esta noche de sueños, pero... parece imposible comerte sin poder siquiera acercar mis dientes al suelo.

Miro hacia arriba como solía hacer cuando el olor de tu cuerpo alcanzaba mi olfato. El que te busca cuando duermes. El que te anhela en la oscuridad, entre las sabanas. El cielo, como apagado, sin sus típicas bombillas amarillas contando historias, no me quiere contestar a mis preguntas caprichosas sobre un tema que aun no está zanjado.

Se fue la luz.
Y con ella te fuiste tú.
Ya ni me acuerdo cuándo.

Vuelvo a bajar la vista para no perderme un segundo de tu movimiento natural entre la farola y el bar. Y la farola. Y las puertas del bar que se abren para dejar salir a algunos desconocidos que no se percatan de tu presencia. No lo entiendo siendo tú el que está ahí... Mundo de locos.

Cierro los ojos recordando cosas que ni han pasado realmente... Aun así, sonrío como si te viese entrar por la puerta de mi cuarto. Y como si me enseñaras el algodón de azúcar de entre tus labios y se te achinaran los ojos castaños que te invaden el rostro.

Cuando abro los ojos sigo tras la cortina de seda.
Y ya no te veo.
Ya te has ido.


Ni siquiera te conozco.

lunes, 18 de enero de 2010



¿Y esas grandes cosas que no superan el tamaño del filo de mi uña desde la azotea?





Es que no sé a qué se refieren


cuando hablan de grandes cosas...




domingo, 17 de enero de 2010

hormiguitas

Soy una hormiga. Pequeñita, poca cosa, pero estoy aquí. Y veo los pies volando a mi alrededor, los veo caer junto a mí, haciendo la tierra temblar, me cuesta mantener el equilibrio. Mis patitas son frágiles, si no llevo cuidado se rompen. Y los pies siguen surcando mi cielo, y son gigantes, gigantes y yo soy pequeña, pequeña. Y desde aquí abajo todo se ve más enorme.
Pero yo, chiquitita, me niego a ser insignificante. Y me río de esos pies cuando no me encuentran debajo. ¿Qué se pensaban? ¿Que iba a estar esperando a ser aplastada? Claro, una hormiguita nunca se rebela. Pero a veces, ya no es divertido buscar un hueco en la tierra para esperar a que pase el terremoto, un pie, tras otro, tras otro... A veces, es más divertido quedarte fuera, observar como el sol desaparece debajo de la gigantesca suela de un zapato y reírte ¡zas! cuando se equivoca.
Las hormiguitas siguen en pie.

martes, 5 de enero de 2010

oda al estudiante desesperado

Nunca pensé que el perro de mi vecina fuera tan hermoso. Míralo, cómo pasea, cómo corre, cómo levanta su patita junto a la farola. No puedo dejar de mirarlo. Su bonito pelaje blanco, sus manchitas negras... Tiene cuatro manchas negras en el lomo. No, tres. No, son cuatro. Es fascinante.
¿Y qué me dices de este bolígrafo negro? ¿No es increíble como brilla su capucha mordisqueada a la luz de la bombilla? Si lo mueves, cambia el reflejo. ¿Ves? Ahora es distinto. Y ahora. Increíble. ¡Oh! ¡Puedo ponerle y quitarle la capucha con una sola mano! Realmente increíble el ser humano.
Pero, ¡un momento! ¡La botella de agua tiene puesto el tapón que no es de su color! ¡No puede ser!
¿Y qué oigo ahora? Mis vecinos de abajo están hablando en voz muy alta. ¿Estarán discutiendo o es eso una risa? Presto atención un instante, con los ojos muy abiertos y la boca dibujando una O.
Y cuántos bolis de colores... Se podrían ordenar según el círculo cromático. O de cálidos a fríos. O diferenciando entre bics y pilots... Son tan bonitos...
Vaya, los folios no están completamente paralelos al filo de la mesa, ni guardan ningún orden con el resto de libros que hay en ella. Y ese libro... Es genial, si dejas caer la tapa se queda completamente cerrado. Déjala caer otra vez, verás. Fascinante, absolutamente fascinante.
...
Nunca pensé que las pequeñas cosas del mundo que me rodean pudiesen ser tan apasionantes... hasta que me puse a estudiar.