sábado, 29 de enero de 2011

Cayeron las lágrimas de su elegante, fina y siempre delicada tristeza. Cayeron mojando tierra y sol. Su angustia surgió de repente sorprendiendo y nublando su sonrisa.


¿Por qué tiene que ser así?

Mis ojos reflejan otro color cuando te piensan.






La vida, que resulta ser muy puta.

viernes, 21 de enero de 2011

Cuando todo se paró

Me miraría después de que sus ojos escupiesen las lágrimas de su angustia.
Cuando, entre árboles dorados y negro algodón me vi escondido, me rodeó con sus ojos soleados.
Me miró cuando, tras llover y llover, el cielo puso fin a sus tristes cavilaciones y dejó mostrar los reflejos de blanco mármol entre sus dientes.
Cuando descubrí destellos entre sus cabellos alzó la mirada. Me miró.


La mujer.
Aquella mañana había salido a pasear por aquel parque infinito de marte con la intención de perderse un día más entre las mil cien ramas que lo poblaban. Había desayunado café y dos tostadas de mantequilla con mermelada de frambuesa, por eso será que sentía la efervescencia de su cerebro sonando a intensa actividad. Leyó todas las letras que escritas en los rincones hallaba y pensó cada letra, pensó su sentido y el baile de su escritura. Pensó los pasos que daba, el mecanismo del avance, a dónde se dirigía. Pensó hasta las voces que escuchaba, el timbre de las mismas, quién las recibía. Caviló tanto de todo y de nada que emborronó su cuaderno de ideas estúpidas hasta caer desde la ensoñación a la viva realidad.



Había sido profundo lo mirado, complejo y ajeno a lo común. Fue un pestañeo ligero que la despertó. Un mirar de reojo. Puedes llamarlo casualidad.



Se encontró en la superficie.

Halló lo esencial.
Soledad.

De entre los bancos desconchados del inmenso parque eligió el más escondido. De entre las ramas , las más tupidas. La más oscura de entre las nubes. Llovió.



El hombre.
Había madrugado mucho esa mañana nublada de octubre. Le había apetecido tomar café en la ventana del salón mientras miraba la inactividad típica de las calles al alba. Era un caballero sencillo en su esencia, cosido a punto de cruz. Solía encantarle mirar el azul de un mar, oír el pitido único de cada claxon o sentir el frío de una cuchara contra su carrillo. Pensaba inexistente el placer de la risa danzante de ombligos o el calor de los abrazos, basando sus pequeñas porciones de felicidad en paseos por aquel parque infinito que solía transitar alguna de sus mañanas.

Fue al pisar tierra marciana cuando se asombró al verse nadando en las profundidades de los lagos y mares donde encontró lo que, sin saberlo, andaba tanto tiempo buscando. Vio su figura cual triángulo equilátero.



Se encontró en lo profundo.

Halló lo esencial.
Soledad.

Por primera vez escuchó más allá de sus pensamientos buscando una porción de la vida que le faltaba. Agudizó el oído. Llovía.



Ella me miró después. Después de guiarme para que la encontrara me miró. Me miró para hacer saltar a mi ombligo y soplar entre las raíces de mi pelo. Sus ojos me abrazaron entre rayos de sol.


Y mi mundo se acabó.
El suyo también.