martes, 2 de agosto de 2011

Anoche soñé con el lugar. Con ese lugar.


Entre las rocas se dibujaba un escondrijo de cartón-piedra que resultaba el lugar más atractivo de la playa. Y entre pedrusco y piedra pequeña un cuerpo femenino como definición de soledad encontré mientras soñaba. Aquel rincón había sido escogido por la muchacha a conciencia, único rincón de todo el universo en el que, únicamente el mar (y en pocos minutos también los rayos curiosos del sol) podrían ver la seda de sus muslos. Se cargaba el rostro de sonrisas que regalaba a la sal pero entre diente y diente sentía pinchaditas suaves sobre un pecho cabalgante.


- Que no es tristeza lo que sentía - Me contó después. Y si hubiese mirado en sus ojos durante el sueño lo hubiese sabido. Si me hubiese asomado para verlos, me hubiese perdido.


Olía a millones de preguntas que bailaban vals y que igual que venían y amenazaban con su presencia inquieta, volaban corriendo hacia tierra firme arrastradas por la brisa marina.


- Hola - llegué a decirle a los rizos de su pelo.

- ¿Por qué estás tan sola aquí?

Una pregunta más al viento.

Como una más de las rocas que la abrigaban, no movía un solo músculo. Su olor lograba acariciarme el olfato con finura por lo que quise acercarme más a su cuerpo inmóvil. Apoyé mi tronco un poco menos en la piedra y un poco más en el aire...



¿Cuándo ocurrió que parpadeé y desapareció? ¿cuándo? ¿cómo...?

Sería que el mar y sus olas se la llevaría.
Y ya sólo vi mi rostro reflejado entre la espuma.







En medio del sueño recuerdo que levanté los ojos a mirar los recuerdos, les sonreí y me fui.

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