lunes, 9 de enero de 2012

el viento y las olas y el mar...

Sólo quiso dejar de nadar hasta que su cuerpo se hundiera en la arena y sus cabellos lisos de bronce se ondularan suavemente flotando sobre su cabeza.
Sólo quiso descansar, en el fondo, rodeada de corales, y que los peces y las algas y las conchas le tejiesen un manto precioso para cubrirla cuando hiciera frío.
Pero nadie la comprendió,
así que todos lloraron
y culparon al mar y a las olas y al viento.
Nadie reparó en su sonrisa, calmada, divina, en paz al sentir las corrientes jugar entre sus dedos.
No se fijaron en las perlas que se habían enredado en su pelo para coronarla como la princesa que no fue y anunciar a todas las criaturas de las profundidades que había bajado un ángel desde la tierra.
Por eso culparon al viento, a las olas, al mar...
Pero nadie observó que sus manos, azuladas como la blanca espuma, reposaban entrelazadas con dulzura sobre su pecho de nenúfar, como quien espera pacientemente algo.
Un final.
No culpéis al mar, hubiera querido decirles. Él me amó cuando el mundo quiso envolverme en la bruma.
No culpéis a las olas, pues me acariciaron mientras otros llegaron a olvidar cómo se hacía.
No culpéis al viento...

Él os traerá ecos de mí.

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