miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ojos Grises, Ojos Negros (ii)

Ojos Grises miró a Ojos Negros.

“¿Dónde has estado todo este tiempo?”, parecía suplicar desde el fondo de sus pupilas.

Ojos Negros no podía apartar la vista.

“Buscándote”, respondía desesperada su mirada azabache. “Buscándote en cada rincón”.

Ojos Grises cerró los párpados y dejó escapar un suspiro entrecortado. Le costaba respirar.

“Buscándome...”, repitió sin abrir la boca.

“Sí... cada día, durante mucho, muchísimo tiempo”.

“Cada día, en cada esquina, en cada risa... en cada llanto”.

Ojos Negros siguió mirándola, ahora intrigado.

“Sí...”:

Ojos Grises seguía con los párpados fuertemente cerrados.

“En cada nueva persona... En cada par de ojos”.

Ojos Negros la miró aún más fijamente. De haber estado hablando en voz alta, ahora habría guardado silencio. Pero no hacían falta palabras entre miradas que se conocían tan poco, pero tan bien.

“¿Cömo...? ¿Cómo lo sabes?”.

Ojos Grises los abrió de repente, y volvió a clavar su mirada cenicienta en aquellas brillantes pupilas negras.

“Porque yo también te busqué, cada día, durante mucho tiempo. En cada par de ojos”:

Ahora fue Ojos Negros quien suspiró y apretó muy fuerte sus párpados cansados.

Mucho tiempo.

Cuando volvió a abrirlos, Ojos Grises tenía la mirada empañada y perdida en algún infinito más allá de las personas que se movían, siempre con prisa, a su alrededor. Seguía igual de preciosa que hacía tantos años. Más mayor, más vencida por la vida, pero hermosa y radiante, como la primera vez. Se acercó un poco más y le levantó la cabeza cogiéndola suavemente la la barbilla. La profunda mirada perlada volvió a atravesarle el alma por segunda vez en su vida.

Una lágrima tibia se escapó desde el fondo de los ojos plateados y resbaló por su mejilla hasta mojar la mano áspera que le rozaba la barbilla. No era la primera vez que lloraba por esos ojos negros, por imaginar cómo habría sido verlos, antes que nada, al despertar por la mañana. Pero ya...

“Ya... no puedo”, gimió desde el fondo de su cuerpo.

Él la miró como un animal al que acaban de herir y sabe que sólo le queda intentar sobrevivir desesperadamente. Volvió a cerrar los ojos y cuando los abrió, también estaban cubiertos por una bruma húmeda que lo difuminaba todo y sólo le dejaba percibir manchas a su alrededor.

“Lo sé, lo sé. Yo... tampoco... ahora ya no”:

Ojos Grises se arrojó a sus brazos y hundió su cabeza en el amplio pecho que le daba cobijo. Ojos Negros hundió la suya entre los alborotados cabellos rubios que se agitaban con el viento y la desesperanza. La apretó contra sí, le rodeó los hombros con sus brazos ya de hombre, mucho más fuertes que los de aquél chaval que la vio cansada y sonriente en una estación de metro, tantos años atrás. Sí, había cambiado. Estaba más alto, más corpulento, más varonil con esa barba de varios días. Pero ella habría reconocido aquella mirada en cualquier parte del mundo. Y aunque ella también había cambiado mucho, él llevaba grabados a fuego esos ojos que nunca podría olvidar.

Se separaron un poco y ella lo miró desesperada.

“Lo sé”, respondieron los ojos negros. “Lo sé”. Pero ahora sonreía entre las lágrimas.

Ella asintió y también sonrió, sin que cesaran de rodar mil lágrimas por sus bonitos pómulos.

“Lo sé”, repitió él acariciándole la mejilla con dulzura.

Dos segundos más de miradas y ella lo besó.

No importaba quién pudiera verlos, ni todas las explicaciones que tendría que dar si alguien lo hacía. Ni las discusiones, ni los enfados ni los problemas que podrían venir. Lo besó y ya no había nada más.

Él olvidó quién era, dónde estaba, quiénes había en su vida. Olvidó todo lo que estuviera más allá de aquellos labios y de ese pelo y de esa cintura. Se olvidó de los millones de personas que los rodeaban. Y casi se vuelve a olvidar de respirar.

Un último roce, muy suave. Una última mirada.

“Adiós”, dijeron los ojos grises.

“Adiós”, dijeron los ojos negros.

Ella y su cabellera rubia se dieron la vuelta y se fundieron una vez más con la multitud. Él se quedó clavado donde estaba, pensando cómo podría volver a su vida habiéndola perdido una vez más.

Para siempre.

2 comentarios:

  1. Después de eso, seguro que el calendario se rompió otra vez más para ambos, para empezar a contar de cero el tiempo que pasaban sin el otro.

    Y los hijos que nunca tuvieron, los viajes que nunca hicieron, los sueños que nunca cumplieron vivirán en otros cuerpos, en otras caras, en otros lugares. Aunque ambos gritaran su nombre en el último suspiro, antes de marcharse para siempre.

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