jueves, 30 de diciembre de 2010

sombras de luna (III)





Una mirada azul, azulísima, como el cielo que ya nunca ve, se descubre entre unos párpados de nieve y hacen luz la tiniebla, mientras la melena dorada refleja todos los matices de los amaneceres perdidos.
Un aliento cálido como las corrientes de verano se escapa entre los labios rosados, que murmuran palabras mudas a dos suspiros del suelo.
Una imagen, cientos de lunas atrás, borrosa y llena de polvo, se mezcla con otra que casi puede tocar, cerca, muy cerca, a un paso inexistente, y se queda quieto, muy quieto, mientras se oye una sola respiración.
El azul del cielo clava su pupila en la sábana y las cadenas y un grito ahogado deja cabalgar su eco por todos los corredores.
Casimiro suspira con eterna resignación. ¿Qué otra cosa podría esperar? Un fantasma ajado en una vieja ruina no es compañía para una hermosa dama solitaria. Pero, tú estás sola, yo también... No tiene porqué ser un cuento de terror.
El pálido pecho comienza a palpitar más despacio y los inquietos ojos tornan en miedo en curiosidad.
¿Quién eres?
Sólo un espectro, la sombra de un hombre que ya ni existe, ni recuerdan, ni a veces pienso que en realidad viviera.
Y, ¿por qué no fuiste con los demás? ¿Por qué de tu soledad entre estos muros...? ¿Por qué arrastras esas cadenas?
Un temblor recorre el cuerpo inmaterial de Casimiro. Se oye un rumor metálico del pesado roce contrala piedra del suelo.

Ecos de siglos pasados resurgen desde el fondo de una memoria dormida. Miles de cascos de caballos golpean tierras lejanas entre gritos de hombres fieros, valientes y asustados. Aullidos de victoria, cuerpos ensangrentados y amigos perdidos. Una lenta, dolorosa y anhelante vuelta al hogar y comentarios sorprendidos en voz muy baja de quienes no esperaban volverlo a ver.
Y entonces, la oscuridad.
Millones de noches en vela, pensando en el regreso, suplicando sus ojos, sus labios, su aliento. No había batalla dura si la recompensa era volver a sus brazos. Pero al regreso ya no estaban sus ojos, ni sus labios, ni su aliento; Sólo una fría losa blanca con su nombre en suelo de una capilla. Se la llevó el invierno, dijeron. No esperó a la primavera. No lo esperó a él.
El recuerdo aquí se pierde, entre delirios de loco, bramidos de animal herido y fragmentos de mármol blanco y madera astillada.
Y ya siempre fue un espectro vagando por su castillo, la sombra de un hombre que existió y durante un tiempo recordaron, pero que ya no volvió a vivir ni en vida.

La única respiración se detiene y, por un momento, todo es silencio en la inmensidad. Una lágrima plateada brilla resbalando por la blanca mejilla, junto al oro de su pelo.
Creo que ya nadie ama así... Yo una vez...
La noche avanza, entre estrellas y sombras de luna, donde se encuentran dos almas que se tocan en la distancia de los siglos, mezclando los añicos que aún les quedan para matar la soledad.

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