sábado, 23 de enero de 2010

no me mires así

Estaba dándose bien la noche. Se había tomado cuatro o cinco cubatas y estaba empezando a sentirse en su salsa. La música le gustaba, sus amigos estaban muy divertidos. Y además había venido ella. Estaba preciosa. La verdad es que se había quedado medio embobado mirando sus larguísimas piernas que iban desde sus tacones negros y subían hasta el infinito, hasta esa graciosa minifalda que hacía volar su imaginación más allá de lo considerado decoroso. Bajaba la calle riéndose con una amiga, con su larga melena morena ondeando al compás de sus carcajadas. Era una cursilada, pero lo primero que había pensado al verla era que parecía un ángel bajando de los cielos. Entonces se dio cuenta de que se estaba pasando de ñoño y le dio otro trago al vaso que tenía en la mano mientras esperaba a que todo el grupo de chicas se uniera a ellos. Lo siguiente que pensó es que esa noche iba a caer. Llevaba ya tiempo dándole vueltas al asunto. No se explicaba por qué con ella le costaba tanto. Siempre había sido uno de los “latin lovers” del grupo, tenía el tema perfectamente controlado. Pero con ella siempre se acababa rajando. Qué estupidez ¿no? Pues esa noche había decidido que no se iría a dormir sólo y que esa morenita con cara de ángel sería la que se despertaría a su lado. Las chicas fueron saludando y llegó el momento en el que se acercó para darle dos besos a él. Si no te fijabas, quizá ni te dabas cuenta, pero estaba ahí. La mirada juguetona que se escapaba de su carita inocente, la sonrisa traviesa al decirle buenas noches, esos dos besos en la mejilla, suaves, casi un roce, dos milésimas de segundo más largos que los que había dado a los demás. Estaba ahí y hacía que se le fuera realmente la cabeza. Le encantaba la chica mala que aparecía camuflada debajo de la apariencia de normalidad. Y puede que le asustara un poco: él solía ser el chico malo... Pero esa noche era la última que el chico malo se iba sólo por portarse demasiado bien. Dio el último trago de ron que le quedaba mientras los demás seguían saludándose y sonrió para sus adentros. Sí, ya era hora de dejarse de tonterías.

Entraron al bar. Buena música, buen ambiente, la gente de siempre. Para qué más. Tomaron posiciones. Empezaron a hablar, a reírse, a decir tonterías. Ella lo miraba de vez en cuando entre el gran grupo de amigos. Él le sonreía, sonrisa de malo, por supuesto. De vez en cuando se tiraban pullas el uno al otro. La cosa se ponía interesante. Se lo estaban pasando bien. Estaba dándose bien la noche. La naturaleza le dio un pequeño toque de atención: demasiados cubatas seguidos, debería ir al aseo. Se resistió un poco más, ella se estaba metiendo con su camiseta... Una amiga le dijo algo y aprovechó para ir al cuarto de baño. Entró en los lavabos, que eran compartidos para los dos sexos. Por lo visto había que esperar. Otro chico, de los habituales del lugar, lo saludó cuando lo vio a través del espejo y se empezó a hacer una raya de coca. Él lo miró de reojo. Por fin un cuarto de baño libre. Entró corriendo y dejó que los litros de alcohol y refresco que llevaba en el cuerpo se liberaran completamente, para así poder seguir bebiendo después si la cosa surgía. Salió del cubículo y se arregló un poco el pelo de un par de manotazos. Qué pasaba, a él su camiseta le gustaba... El otro chico estaba limpiándose la nariz y lo volvió a mirar a través del espejo. Sonrió y le hizo un gesto con la mano.

­—¿Hace una?

Se quedó un segundo mirando el lavabo donde aún quedaban unas pequeñas motitas blancas. Se encogió de hombros. Por qué no. Puede que incluso le viniera bien. La noche estaba siendo genial, podía contribuir a mejorarla. Vio cómo esparcía el polvo sobre la superficie lisa de mármol del lavabo. Se apartó y le dejó sitio. Vio el destello verde de sus ojos en el espejo cuando se agachaba a esnifarla. Sus ojos siempre le habían dado buen resultado con las chicas. No quiso pararse a mirarlos mucho tiempo. Se acercó lo suficiente y aspiró.

...

Uau. Nunca se acostumbraba a esa sensación. Era algo increíble, pensó mientras se pasaba la mano por la nariz. Pero de repente se dio la vuelta. No sabía por qué, pero había tenido la necesidad de girarse de golpe y mirar hacia atrás. No tenía motivos, pero lo hizo sin pensar, con una urgencia que le entró de repente que le puso el corazón a mil. Quizá había oído la puerta abrirse mientras estaba metiéndose la raya y le había llegado el impulso con retraso. Quizá fue el silencio absoluto que había seguido a la apertura. Le había entrado un sudor frío antes de si quiera mirar. Y, posiblemente, si no hubiese sido un reflejo, ni se habría atrevido a hacerlo. Allí estaba ella, allí estaba su falda corta, su pelo negro y sus ojos oscuros, con una mirada indescriptible. Él no se había girado lo suficientemente rápido para ver cómo la preciosa sonrisa que lo buscaba se transformaba en el rostro más sombrío que le había parecido ver jamás. Ella no decía nada, su boca estaba sellada, pero en su mirada creyó leer “Ya no te quiero” y la vio darse la vuelta despacio, abrir la puerta y desaparecer.

Se quedó clavado donde estaba. No veía nada más que su imagen, dándose la vuelta y desapareciendo ante sus ojos una y otra vez. No escuchaba, no sentía. No sabia en que pensar. Sus ojos, esa mirada. Ya no te quiero. Chico demasiado malo para ella. Sintió un pinchazo en alguna parte indeterminada de su cuerpo, no distinguía el suelo del techo.

Y sólo alcanzó a pensar llorando que era un gilipollas.

3 comentarios:

  1. si q era gili si...
    tu eres la morena mala no?? JAJAJAJAJ

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  2. sí, y estoy enamorada de cocainómanos gilipollas, pero eso no te lo he contado...

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  3. dato: mis protagonistas siempre son morenas xD

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