martes, 5 de enero de 2010

oda al estudiante desesperado

Nunca pensé que el perro de mi vecina fuera tan hermoso. Míralo, cómo pasea, cómo corre, cómo levanta su patita junto a la farola. No puedo dejar de mirarlo. Su bonito pelaje blanco, sus manchitas negras... Tiene cuatro manchas negras en el lomo. No, tres. No, son cuatro. Es fascinante.
¿Y qué me dices de este bolígrafo negro? ¿No es increíble como brilla su capucha mordisqueada a la luz de la bombilla? Si lo mueves, cambia el reflejo. ¿Ves? Ahora es distinto. Y ahora. Increíble. ¡Oh! ¡Puedo ponerle y quitarle la capucha con una sola mano! Realmente increíble el ser humano.
Pero, ¡un momento! ¡La botella de agua tiene puesto el tapón que no es de su color! ¡No puede ser!
¿Y qué oigo ahora? Mis vecinos de abajo están hablando en voz muy alta. ¿Estarán discutiendo o es eso una risa? Presto atención un instante, con los ojos muy abiertos y la boca dibujando una O.
Y cuántos bolis de colores... Se podrían ordenar según el círculo cromático. O de cálidos a fríos. O diferenciando entre bics y pilots... Son tan bonitos...
Vaya, los folios no están completamente paralelos al filo de la mesa, ni guardan ningún orden con el resto de libros que hay en ella. Y ese libro... Es genial, si dejas caer la tapa se queda completamente cerrado. Déjala caer otra vez, verás. Fascinante, absolutamente fascinante.
...
Nunca pensé que las pequeñas cosas del mundo que me rodean pudiesen ser tan apasionantes... hasta que me puse a estudiar.

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