viernes, 31 de diciembre de 2010
eternidad (IV)
jueves, 30 de diciembre de 2010
sombras de luna (III)

lunes, 20 de diciembre de 2010
pájaros
hay quien se esconde tras ellas dejando entrever solo uno de sus ojos
hay quien te las enseña para que las veas
si son preciosas tus plumas por qué no me las ibas a enseñar...
jueves, 2 de diciembre de 2010
Así se fue
viernes, 12 de noviembre de 2010
Será solo un segundo adiós
Entre ojos y besos nos encontramos. Nos queríamos, ¿recuerdas? hasta que la luna se marchó de tu pecho y quisiste correr tras ella hacia el horizonte. Tonta que fui cuando no te seguí. No te seguí para explicarte que la luna volvería en unas horas porque yo misma te la traería si es que era eso lo que tú pedías. Tonta porque me fui al fondo del mar y me enamoré en secreto de los corales que me recitaban poesía sobre soledad, sobre melancolía. Tonta porque no me conocí. Tonta porque no me quise.
Y apagué la luz tras de mí. Si volviste, no me viste.
Ahora, me dedico a caminar y mirarla tan blanquita entre lucecillas prendidas. Está muy lejos, casi ni ilumina... y me pregunto cuándo fue que te paraste y decidiste pensar que me quedé allí. Que mientras tu corrías empeñado en sueños de cielos helados y zapatos desgastados yo me quedé sentada como si aun respiraras a dos centímetros de mi oído. Que resulta que tu ceño me cautivó. Que no quise irme de aquel trocito de mar sobre el que nos sentamos con la luna en tu pecho y tus ojos penetrantes.
Mañana, me encontraré con tu espalda en la estación de tren. Con el ruido que hay a despedidas y bienvenidas y aun así, cuando me encuentre entre tus ojos, sonarán las olas a dos centímetros de mi oído. Con dos lágrimas de verdadera pena me dirás que no la encontraste, que se fue, que no volvió. Y me abrirás un poco la camisa como diciéndome, ¿ves? aquí no está. Y me quedaré anclada en el asfalto porque no podré ni respirar cuando las olas me alcancen el oído... hasta que me dejo caer al recuerdo de los corales.
No creas que no lloré al girarme e irme.
Solo fue el fondo del mar que no me quiso dejar.
Solo fue que te fuiste una vez y cuando volviste ya no traías la luna contigo.
martes, 9 de noviembre de 2010
Original como el pecado
Wake up! It's a beautiful morning, honey...
Are you hungry?
Come.
jueves, 4 de noviembre de 2010
en suspenso
miércoles, 20 de octubre de 2010
Así es
Cree poder sentarse frente a mi cual libro cerrado.
Cree poder sonreír y hacerme creer su risa.
Cree amanecer todos los días pensando que yo camino por otro sendero.
Cree que puede mirarme y no leerme los latidos que le mantienen con vida.
Cree que no vivo en su mismo país.
Cree que no sé nada.
Pero solo lo sé. Vivo tan cerca de ti que puedo escuchar tu respiración mientras duermes... y cuando oigo a tu corazón bombear sueño yo. Después, amanece y salgo a caminar pisando las huellas que cinco minutos antes has pisado tu. Si en algún momento de tu caminar te vuelves a sonreírme, no te creas que el sol no hará brillar la lágrima que se desliza para esconderse en la sombra de tu cuello. Y cuando observo el libro cerrado encima de la mesa puedo sin abrirlo leértelo de principio a fin. Sigues caminando y te paras, te quedas inmóvil. Tus ojos se pierden y empiezo a rodearte mientras te observo. Y entonces, no dejo de ver cómo me haces creer que no sabes que estoy ahí mirando al viento ondear tu pelo...
Pero así es, seguiré mirando al viento ondear tu pelo mientras te pares en el camino.
chica bipolar
lunes, 18 de octubre de 2010
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Recuerdos caducos
El momento se dio un día tras la lluvia. Se calzó sus botas marrón oscuro e hincó con fuerza su talón sobre el barro mientras fruncía el ceño dándoselas de persona interesante. Tan sólo un rato después, sonreía de manera satisfactoria cuando miraba su huella profunda en la tierra. Y sonreía también día tras día, de lunes a domingo a las nueve de la mañana, al ver que seguía allí como si de suelo lunar se tratara.
El 7 de octubre de 1963 fue el día en el que unos cuantos trajes con sonrisas y ojos de admiración le estrachaban la mano como si fuese el mismo dios personificado en apenas metro sesenta y cinco de estatura. Su pelo aun no había clareado y su mirada despertaba pasiones de todos los tipos y colores. El caballero, sin caballo y sin espada, se enfrentaba a la vida con valentía, miraba al horizonte como si alcanzarlo pudiera con dar solo un paso. Le encantaba acariciar sus momentos de soledad mientras cavilaba y sentía hierba fresca colándose entre los dedos de sus pies.
Aun recuerdo cuando este caballero ilustre recorría con sus ojos la habitación hasta encontrarme y luego venía y se sentaba a mi lado y me leía y me decía que me quería...
Un anciano de pelo cano, bajito y encorvado, sentado en un banco de un parque aparece como inmune al mundo real. El sol le da de medio lado y apenas se cuela entre cuatro hojas amarillentas de los árboles de un otoño de principios de noviembre. La mañana es sencillamente preciosa, es de esas de sonido de pájaros y sol caliente.
Una mujer a su lado, de unos cuarenta años, con el cabello semirrecogido y zapatos muy gastados es bella en esencia. Lee atentísimamente y en voz alta una novela de un millón de páginas sin pestañear y acerca sus labios al oído del anciano de su lado. Hasta incluso ves, de vez en cuando, a sus ojos sonreír.
Termina el capítulo de la novela al tiempo que observa al anciano esperando un regalo del cielo que no llega desde hace años. Demasiados años. La mirada del viejo perdida en la nada, su rostro perdido en la inexpresión y sus extremidades perdidas en la dependencia.
- Papá...
Como si se acordara del millón de páginas que escribió o de la cantidad de gente que le admiraba por cada una de ellas. Como si la recordara a ella. Como si fuese posible, había despegado la mujer en dos veces los labios pronunciando esa palabra para la que ya no existía respuesta.
Más tarde, en ese mismo instante pero como siglos antes, durante un momento caprichoso de la vida, uno cualquiera como cuando te sientas en un parque bajo el sol de otoño creyendo que hoy es igual que ayer, fue que el recuerdo débil de una bota clavándose en la tierra estrelló al anciano contra el mundo real. Luego vinieron las mil imágenes de mil páginas que una tras una habían surgido de sus dedos y prácticamente de los poros de su piel. Luego, la sonrisa de una esposa que le amaba. Y ya por último, una niña que corría por un pasillo con un enorme lazo rojo en la cabeza.
Pero... ¿quién era esa pequeña que corría hacia sus brazos?
El anciano, que por primera vez en algunos años hizo brillar el blanco de su pelo, pestañeó lentamente sin desviar su mirada. Al término de este espontáneo pero muy inusual movimiento, una lágrima, como la gota que resbala de una hoja después de muchas horas tras la lluvia, recorrió las arrugas del anciano. La mujer, que no le había quitado el ojo de encima ni un solo instante desde que había puesto fin al capítulo de la mañana, tuvo que nadar fuerte a contracorriente para no ahogarse en la lluvia que sin quererlo había empapado su rostro.
Cuando la mujer fue capaz, abrió el libro y continuó leyendo.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Ojos Grises, Ojos Negros (ii)
Ojos Grises miró a Ojos Negros.
“¿Dónde has estado todo este tiempo?”, parecía suplicar desde el fondo de sus pupilas.
Ojos Negros no podía apartar la vista.
“Buscándote”, respondía desesperada su mirada azabache. “Buscándote en cada rincón”.
Ojos Grises cerró los párpados y dejó escapar un suspiro entrecortado. Le costaba respirar.
“Buscándome...”, repitió sin abrir la boca.
“Sí... cada día, durante mucho, muchísimo tiempo”.
“Cada día, en cada esquina, en cada risa... en cada llanto”.
Ojos Negros siguió mirándola, ahora intrigado.
“Sí...”:
Ojos Grises seguía con los párpados fuertemente cerrados.
“En cada nueva persona... En cada par de ojos”.
Ojos Negros la miró aún más fijamente. De haber estado hablando en voz alta, ahora habría guardado silencio. Pero no hacían falta palabras entre miradas que se conocían tan poco, pero tan bien.
“¿Cömo...? ¿Cómo lo sabes?”.
Ojos Grises los abrió de repente, y volvió a clavar su mirada cenicienta en aquellas brillantes pupilas negras.
“Porque yo también te busqué, cada día, durante mucho tiempo. En cada par de ojos”:
Ahora fue Ojos Negros quien suspiró y apretó muy fuerte sus párpados cansados.
Mucho tiempo.
Cuando volvió a abrirlos, Ojos Grises tenía la mirada empañada y perdida en algún infinito más allá de las personas que se movían, siempre con prisa, a su alrededor. Seguía igual de preciosa que hacía tantos años. Más mayor, más vencida por la vida, pero hermosa y radiante, como la primera vez. Se acercó un poco más y le levantó la cabeza cogiéndola suavemente la la barbilla. La profunda mirada perlada volvió a atravesarle el alma por segunda vez en su vida.
Una lágrima tibia se escapó desde el fondo de los ojos plateados y resbaló por su mejilla hasta mojar la mano áspera que le rozaba la barbilla. No era la primera vez que lloraba por esos ojos negros, por imaginar cómo habría sido verlos, antes que nada, al despertar por la mañana. Pero ya...
“Ya... no puedo”, gimió desde el fondo de su cuerpo.
Él la miró como un animal al que acaban de herir y sabe que sólo le queda intentar sobrevivir desesperadamente. Volvió a cerrar los ojos y cuando los abrió, también estaban cubiertos por una bruma húmeda que lo difuminaba todo y sólo le dejaba percibir manchas a su alrededor.
“Lo sé, lo sé. Yo... tampoco... ahora ya no”:
Ojos Grises se arrojó a sus brazos y hundió su cabeza en el amplio pecho que le daba cobijo. Ojos Negros hundió la suya entre los alborotados cabellos rubios que se agitaban con el viento y la desesperanza. La apretó contra sí, le rodeó los hombros con sus brazos ya de hombre, mucho más fuertes que los de aquél chaval que la vio cansada y sonriente en una estación de metro, tantos años atrás. Sí, había cambiado. Estaba más alto, más corpulento, más varonil con esa barba de varios días. Pero ella habría reconocido aquella mirada en cualquier parte del mundo. Y aunque ella también había cambiado mucho, él llevaba grabados a fuego esos ojos que nunca podría olvidar.
Se separaron un poco y ella lo miró desesperada.
“Lo sé”, respondieron los ojos negros. “Lo sé”. Pero ahora sonreía entre las lágrimas.
Ella asintió y también sonrió, sin que cesaran de rodar mil lágrimas por sus bonitos pómulos.
“Lo sé”, repitió él acariciándole la mejilla con dulzura.
Dos segundos más de miradas y ella lo besó.
No importaba quién pudiera verlos, ni todas las explicaciones que tendría que dar si alguien lo hacía. Ni las discusiones, ni los enfados ni los problemas que podrían venir. Lo besó y ya no había nada más.
Él olvidó quién era, dónde estaba, quiénes había en su vida. Olvidó todo lo que estuviera más allá de aquellos labios y de ese pelo y de esa cintura. Se olvidó de los millones de personas que los rodeaban. Y casi se vuelve a olvidar de respirar.
Un último roce, muy suave. Una última mirada.
“Adiós”, dijeron los ojos grises.
“Adiós”, dijeron los ojos negros.
Ella y su cabellera rubia se dieron la vuelta y se fundieron una vez más con la multitud. Él se quedó clavado donde estaba, pensando cómo podría volver a su vida habiéndola perdido una vez más.
Para siempre.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
cinco segundos después (i)

sábado, 28 de agosto de 2010
mi mundo paralelo

Es que... verás, son años ya los que han pasado, y aún así, son recuerdos de dulce azúcar los que me persiguen. Son frondosos los árboles de aquellas tierras que solía transitar varias edades atrás. Es tan brillante su sol. Iluminan la tierra sus estrellas ¿Cómo quieres, entonces, que no me asome a ver ese mundo que dejé por esta ventana de papel?
Y no sé... será que soy demasiado delicada como para romperla y encontrarte allí. Será eso.
¡Menudo mundo el mío! Y tan mío lo creé que lo separé del resto con esta ventana creyendo así que tu cuerpo inquieto, investigador, interesado en el porvenir a mi lado, lo atravesaría para encontrarme. Pero claro, no anuncié mi retirada de aquel mundo perfecto y ahora... ahora no existe el valor suficiente en mi pecho como para que yo roce siquiera esa ventana, ¡qué especial me creí al separar mi mundo del de los demás! ¡qué estúpida resulté ser!
Pero bueno, por si aún hoy, me quieres encontrar, debes luchar contra el dragón, atravesar el volcán en erupción y comerte novecientos noventa y nueve cocodrilos sin pan. No pongas esa cara, tú solo sigue la oscuridad que yo estaré en el infinito.
martes, 24 de agosto de 2010
(Dis)capacitada
Perdóname si lloro y no te explico el por qué.
Oye, disculpa si te pego y grito y no soy capaz de dibujarte entre mis ojos la razón.
Perdona si me río y no soy capaz de contagiarte.
Lo siento...
...no estoy capacitada para entender a los humanos.
Y ya sabes que yo soy uno de ellos.
miércoles, 11 de agosto de 2010
amanecer (II)

Sale la luna, se oculta entre las nubes, saluda desde los charcos. Todo es igual que ayer y mañana. Las madrugadas no importan cuando no tienes con quién compartirlas.
El fantasma Casimiro suspira en la escalera escombrosa.
Echa de menos el amanecer, pero sólo las tinieblas están dispuestas a acoger a un fantasma melancólico y la radiante luz de la mañana no es lugar para sus cadenas oxidadas. Sacrificaría su eternidad por un segundo de compañía. Pero ya nadie va por aquellos campos desolados y ¿quién va a acercarse a un siniestro castillo? No, la gente hace decenios que busca caminos alejados de ese sombrío lugar y tan sólo las campanas, allí, muy lejos, recuerdan que hay vida detrás de los negros muros.
No, quién va a acercarse a una ruina tenebrosa.
Una noche más, vagando por los oscuros corredores, arrastrando cadenas y asustado ratones. Una noche más, precedida de muchas otras y seguida, probablemente, de muchas más.
En soledad.
Se mueve con lentitud. Precisamente prisa no tiene. Mira la luna, única compañera. Lloraría si pudiera.
Lo distrae un destello dorado. ¿Dorado? Hace mucho que el oro y el lujo desaparecieron de este lugar. Se detiene en su vagar. Se habría detenido también su respiración, si tuviera.
No es oro lo que ve, aunque para él, resplandece más que cualquier metal precioso que haya visto jamás. En un rincón, medio escondida entre las sombras, yace una dama, con su largo cabello rubio derramándose sobre los sucios adoquines negros.
Casimiro cree volver a ver el amanecer.
doce campanadas y un fantasma solitario (I)
miércoles, 4 de agosto de 2010
niño
Porque de niño encantador pasó a niño embaucador fue por lo que los abejarucos le miraban con recelo y las golondrinas hasta con desprecio. Verás, tras tiempo de pasear y saltar, el muchacho se aburrió del azul del cielo y del nácar matutino de algunas cuantas plantas. Solía mentir y engañar tanto como encantar a vientos repentinos nunca antes vistos, por ello fue por lo que le divirtió tanto su juego. Podrás deducir cómo las piedras y las rosas ya no se dejaban estafar… En un momento de su pequeña historia resultó que no le importó dónde las había guardado con tanto recelo tiempo atrás.
Pequeño niño timador se transformó en fiera para siempre, perdiendo así varias de sus buenas cualidades. Creció de un salto rascando los cielos y nunca más volvió a amar el jazz. Verás, niño ruiseñor tampoco volvió a cantar.
Qué mañana tan amarga aquélla en la que se vio reflejado en un charco sucio y notó su tez mohína. Qué momento tan triste cuando recordó el olor a fresco de un río en vertical o cuando quiso reír y sonó a trompeta desafinada. Qué amadas las rosas de tus uñas y la piedra de tus pies. Qué añoradas.

Pequeño niño emprendedor enfiló en solitario la avenida de las muelas picadas y quiso volver a llorar por no ser mono chillador y no por notar el amargo sabor de los recuerdos. Verás, niño perdedor ya no pudo caminar en vertical.
miércoles, 21 de julio de 2010
desconocidos

lunes, 12 de julio de 2010
josé
Y ama volar.
Por eso no sé por qué detesta quererla tanto.
¿Es una pena?
O es que no la merece.
sábado, 3 de julio de 2010
garabatos
Aquélla mañana salió el caballero a saludarme gentilmente. Se asomó ligerísimamente (tan ligeramente que pensó que no le veía) y cuando vio mi medio tacón aparecer sobre cuatro piedras del camino, se plantaron (él y su sonrisa) en medio de mi trayectoria natural hacia el olvido. Cuando me había acercado lo suficiente, como a cámara muy lenta, subió la mano a su sombrero de paja, entrecerró su ojo izquierdo con paciencia, escondió sus dientes durante medio segundo o menos y casi con una reverencia ceremonial, como de años muy lejanos, como de personas convertidas en reyes, princesas o nobles en general, separó imperceptiblemente el sombrero de su cabeza. Y luego me miró sin pestañeo alguno (esa sutil manera de acariciarme tenía). Sus ojos, como flechas encendidas me atravesaron y me empujaron al lugar del que había salido por la mañana. Trayecto inverso.
Un camino con cuatro piedras imposibles de caminar con mi medio tacón y una puerta por la que se asoma ligerísimamente.
Y se pone un sombrero de paja convirtiéndose en un galán momentáneo.
Y luego sale y le veo y... sumo garabatos.
Esperando el día en el que no salgas a saludarme.
martes, 29 de junio de 2010
la Ratita Presumida
domingo, 30 de mayo de 2010
es genial ser genial
jueves, 27 de mayo de 2010
¿y ahora qué?
Sin saber qué hacer ahora. No sabe cuál es el siguiente paso.
Aunque la pequeña ya sabe lo que quiere... ¿cómo va a saber ella qué hacer?. Solo es pequeña y estúpida. Quiere correr hasta saltar las piedras del camino, quiere bailar hasta destrozarse los talones, quiere reír y quiere llorar. Máxima tristeza y descontrolada felicidad. Quiere brillar y quiere que el sol brille con ella. Quiere ver lo que le puedes enseñar pero no sabe elegir el olor adecuado de las palabras ni el sonido de sus gestos. Sólo es pequeña y estúpida.
Escapando de sueños absurdos ella continúa acompañando las líneas del suelo sin torcer la cabeza un milímetro. Disimulo idiota. Arrastrando los piés seguirá hasta que las lágrimas no le dejen mirar más allá de la primera línea, seguirá mientras la luna le siga diciendo que el momento llegará, seguirá mientras le quede aire que respirar.
¿y ahora qué?
Dímelo tu.
sábado, 8 de mayo de 2010
A oscuras
Con las piernas estiradas, estiradísimas y los brazos igual, hasta los pies llegan a tocar las uñas. Con los ojos tan abiertos que no se pierden ni un solo movimiento de la nube que quiere tapar a la luna. Esa ventana de ahí, que parece lo único que haya en el cuarto, es lo más cercano a un mundo imaginado, irreal, infinito. Enchufemos el cable de las estrellas cuando note que la respiración se me acelera más de lo pensado. Que no quiero que se me acelere el corazón. Al menos por esta noche. Hoy no.
El abdomen sube rítmicamente haciendo elevar el ombligo. Ese hueco lleno de historias para contarte cuando vuelvas de ese mundo imaginado, irreal, infinito.
Como soplos leves que te acarian la nuca mientras duermes.
Como yemas que te acarician la nariz, desde el entrecejo hasta la punta.
Como cabellos que acarician los lunares de mi espalda.
Como caricias tras la ventana.
domingo, 2 de mayo de 2010
miércoles, 28 de abril de 2010
bicho raro
viernes, 16 de abril de 2010
Puertas de madera o edificios de ladrillo.
Atardecer dorado en el mar.
Caminar.
El sonido del teléfono en casa.
Sonrisa familiar.
Abrazos.
Dedos que golpean suave tu muslo al ritmo de la música que escuchas.
Movimiento de las hojas con el viento.
Señora de pelo cardado.
Sol de verano.
Relojes que hacen sonar el tiempo.
Besos pensados y palabras repetidas en tu cabeza.
Mujeres que fuman entre rosas rojas.
Monedas en fuentes.
Fé.
Uñas cortadas a rás.
Aromas fugaces que recuerdan un instante.
Zapatos de cuero con tacón de aguja.
Carcajadas sonantes.
Películas de dos minutos aparentes.
Imagen de tu reflejo.
Pantalones con cinturón.
Perros que ladran pero no muerden.
Canciones de sonreír.
Correr descalzo en la playa.
Chicos que bailan.
Niñas con pelo rizado.
Bocas rojas y dientes blancos.
Ojos abiertos.
Manos que saludan casi imperceptiblemente.
Calor de un cuerpo vivo.
tú.
Casi común.
Casi corriente.
Único.
viernes, 9 de abril de 2010
el pobre Jack

viernes, 2 de abril de 2010
vacíos
Como aquella vez en la que un rayo de sol se encaprichó de tu ombligo. Jugaba con las sombras en el fondo de aquel rincón repleto de incertidumbre.
Como aquella vez que te bañaste en el mar sin más ropa que mis abrazos. Y las olas nos acompañaban carcajeándose envidiosas por un momento para siempre con nosotros.
Como aquellas veces en las que podía contar cada uno de los lunares que, desde tu cuello, se desparramaban en mil direcciones y alcanzaban el lugar de mis anhelos. Soñaba contigo incluso teniéndote a mi lado.
Como todos los días en los que supe que te conocía. Porque te miraba por dentro, entre vísceras y marionetas de cristal, y lo sabía, te conocía.
Como todos ellos, como todos esos días es el respirar hondo y sentirse vivo.
Sentirse vivo. Algo puro y frágil como un diente de león en medio de un huracán. Colócalo entre tus manos formando un cuenco. Con tus yemas suaves y delicadas se sentirá mejor al pensarse protegido. Pero no le abraces fuerte si luego le vas a soltar. No lo hagas. Mejor lento y delicado como un beso en un día en el que el mar susurra los segundos que se pierden. Protégeme... ¿No ves que hace viento y no quiero volar lejos?
Recordando cuando estudié y aprendí al dedillo cada uno de los detalles de tu fisionomía. Podría describirlos siguiéndote con mis manos.
Como si estuvieras aquí. Y bailáramos.
Como si me acariciaras el lóbulo de la oreja con tu dedo índice. Y me perdiera entre cosquillas.
Como si pudieras atravesarme con solo girarte hacia mí. Siempre lo has hecho al levantar la mirada y mirarme. Y me he vuelto a perder.
Como si pudiera respirar hondo o como si pudiera respirar.
Aparece débil tendido en el suelo helado de un cuarto del hogar que no siente suyo, sin poder mover un músculo como si convertido en un tetrapléjico se hubiera despertado una mañana. Con el ácido recorriéndole el cuerpo, quemándole como el fuego a un bosque seco. Deshaciéndose poco a poco y quedando nada de un ser que algún día fue. Siendo dolor y angustia su definición. Siendo lágrimas su esencia. Cenizas.
Como si pudiera hablarte desde el otro lado de la pared. Y tú pudieras escucharme hasta siendo muda mi voz.
Como si te viese humedecer tus labios con esa saliva tuya. Rojos eran esos labios como la sangre que me recorre.
Como si te viese entregar al mundo a un ser que era de los dos. Tuyo y mío. Es de los dos.
Pero el oxígeno desapareció del aire como el algodón blanco y débil vuela desde el diente de león con esa brisa que te sorprende. Desapareció para ahogarme en este mar sin fondo.
Un día en el que salió el sol entre dos nubes negras, muy negras, apareció ella en la puerta de mi cuarto. No medía más de un metro y sus ojos recordaban al edén. Pequeña dosis para mi pulmón izquierdo. Rosas blancas y lirios dorados que serían depositados entre hojas secas de un otoño terrorífico. Porque te lo prometí.
Como si pudieras verme cómo todos los días vivo por y para ella. Y sepas que está segura conmigo.
Como si con cada abrazo mío sintiera tuyo la mitad. Y no olvide tus caricias.
Como si estuvieras caminando a nuestro lado. Como si estuvieras. Como si estuvieras aquí.
Desde la lápida que dibuja mi soledad, agarrados de la mano el padre y la hija se miran. Una desde abajo y otro desde arriba. Ya han terminado. Hora de volver. Antes de que arranque el viento de nuevo.
Disimulando las lágrimas al recordar mientras camina el beso que le entregó en el momento en el que su corazón decidió pararse. El beso que le dio cuando sus labios se secaron y no volvieron a mojarse. Disimulando que eras mi vida a la otra parte de la misma. Disimulando lo que te quise. Disimulando lo que te quiero. Como si fuera necesario.
Como si mis pies se hubiesen perdido en la arena tras esa ola. Y ahora pesaran quintales.
Como el aire en mis pulmones otra vez. Soñado.
Como un beso en la mejilla a un caracol que sale con los días de sol. Un beso a mi caracol. A nuestro caracol.
Un beso en tu mejilla.
martes, 16 de marzo de 2010
Julieta y Romeo
Julieta no quiere hoy asomarse al balcón. Está enfadada pero Romeo no sabe por qué. Lleva toda la tarde llamándola desde el jardín, pero ella no sale. Quizá es porque en los últimos días él no apareció. Ni siquiera mandó algún mensaje. Romeo pasea nervioso de un lado a otro debajo de su ventana. Pensó en hacerlo, pensó en avisarla, pensó mucho en ella. Pero no lo hizo y ahora Julieta no se quiere asomar a su balcón. Romeo se masajea las sienes mientras no para de andar en círculos. Se había sentido acorralado, de repente se le había echado encima toda aquella historia y había sentido la necesidad de escapar. Pero había pensado en ella, no había parado de hacerlo y cada vez más conforme iban pasando los días. Y al final había vuelto, había dejado otras fragancias, otras pieles, otros jardines para volver corriendo a llamarla debajo de su balcón. Pero Julieta no saldrá hoy, como cada noche, para ver si él está allí. Porque Julieta está enfadada, aunque Romeo no sabe muy bien por qué. Mira una vez más hacia arriba y ve luz en la ventana. Se sienta en el suelo, apoya la espalda en un árbol, estira las piernas delante de él y levanta la vista hacia el resplandor detrás de la cortina. Puede que Julieta no se asome hoy y puede que tampoco mañana. Pero Romeo esperará bajo su balcón.
sábado, 13 de marzo de 2010
una vez
Unos ojos caprichosos (admítelo, son muy caprichosos esos ojos tuyos) que parece que me observan (¿como con temor?) desde el fondo. Pero pegada a la pared hallo tu espalda y tus manos escondidas en un bolsillo o tras un vaso de plástico.
Pero miras.
Aunque ayer no lo hicieras.
Escuchando la música más extraña del mundo en aquel lugar reducido de oxígeno, (alguien dijo que no existía realmente, que todo me lo iba inventando yo sobre la marcha, el suelo, las paredes...) quiero bailar para que puedas ver mis pies moviéndose rápido y luego lento y luego rápido otra vez. Para que no te despistes. Para que veas donde estoy.
Aquí, riéndome sin parar y vigilando la pared y tu bolsillo con mi ojo izquierdo, solo con el izquierdo, porque así puedo usar el derecho para no chocarme con tanta gente que hay entre tu y yo. Y porque si te mirara con los dos creo que alcanzaría la pared en menos de tres pasos.
Y tras largo rato de bailar y reír y bailar y sonreírte ya te fuiste, con la mano en tu bolsillo y los ojos en la nuca. Te marchaste sin mover la mano lentamente de un lado a otro como sí que hice yo. Mañana nos vemos.
Aunque mañana ya no me quieras mirar.
jueves, 11 de marzo de 2010
margarita
martes, 2 de marzo de 2010
¿cuándo acaba la noche?
sábado, 20 de febrero de 2010
el camino

Me tumbo boca arriba en esta tarde de verano calurosa como nunca otra la hubo, miro al cielo y saludo a las nubes que se me antojan tan familiares como si escritas en mi libro las llevara . Y saludo a aquéllos pájaros a los que veo con cada salida de sol. Siempre ahí. Siempre los mismos. Sería terrorífico amanecer tumbado bajo otro cielo distinto, con pájaros de colores oscuros teñidos por algún maleficio a manos de alguien con poco corazón o incluso, ¡amanecer sin pájaros a los que saludar!
Algún día podrás sentirte orgulloso porque fuiste valiente. Te plantaste ante ti viéndote reflejado en un espejo de otro. Por fin lo hiciste. Ahora, estás ahí solo entre montañas, las lágrimas resbalan por esas mejillas que lucen rosadas cuando desciende la temperatura, tus manos llenas de barro... no es mentira, lo sabes, las sientes más limpias que nunca. Miras más allá de la consciencia de tus actos, de tus palabras y entonces te das cuenta. Sonríes. Te sonríes ¡y de qué manera!
Aunque ya no haya flores en el camino y el barro te alcance la barbilla.
Aunque el cielo se tiña de morado.
jueves, 11 de febrero de 2010
Rano, el niño miedo

viernes, 29 de enero de 2010
una niña y la de al lado
Es reconfortante saber que puedes sentarte a mi lado por un momento y sin decirme nada hacerme saber que todo va a ir bien. Los altavoces funcionando a su máxima potencia cuando te digo que te agradezco cada minuto que me has dedicado haciéndome el favor de sentarte a mi lado para hacerme saber que todo va a ir bien.
Ni que me mires, ni que me toques, ni me soples, solo estar aquí este minuto bajo el techo de chapa. Sentadas sin mirar a la nada como una de tantas veces.
Podemos mirar el horizonte sintiendo que el mundo es nuestro. Como si pudiésemos poner y quitar todo lo que nos venga en gana de él. Y en cierto modo... así es ¿no crees? A nosotras solo nos hacen falta las cuatro neuronas que ese dios de brillante y amarillo cabello nos entregó en bandeja de plata. Hay que cuidar lo valioso. O eso nos dijo.
Recuerdo mientras sonrío cuando intentaste cortarlas por la mitad para que todo fuese más justo... ¿y si alguna sale defectuosa? Grandes mentes pensantes.
Al menos si me asomo a la ventana no me sentiré sola. Esté donde esté.
Tu me mirarás desde ese horizonte, me enseñarás el puñal con tu sonrisa pícara y me guiñarás un ojo para que te entienda.
Y nos echamos a reír. Como si fuese ya una costumbre.
Pero no somos malas.
Somos como somos.
sábado, 23 de enero de 2010
no me mires así
Estaba dándose bien la noche. Se había tomado cuatro o cinco cubatas y estaba empezando a sentirse en su salsa. La música le gustaba, sus amigos estaban muy divertidos. Y además había venido ella. Estaba preciosa. La verdad es que se había quedado medio embobado mirando sus larguísimas piernas que iban desde sus tacones negros y subían hasta el infinito, hasta esa graciosa minifalda que hacía volar su imaginación más allá de lo considerado decoroso. Bajaba la calle riéndose con una amiga, con su larga melena morena ondeando al compás de sus carcajadas. Era una cursilada, pero lo primero que había pensado al verla era que parecía un ángel bajando de los cielos. Entonces se dio cuenta de que se estaba pasando de ñoño y le dio otro trago al vaso que tenía en la mano mientras esperaba a que todo el grupo de chicas se uniera a ellos. Lo siguiente que pensó es que esa noche iba a caer. Llevaba ya tiempo dándole vueltas al asunto. No se explicaba por qué con ella le costaba tanto. Siempre había sido uno de los “latin lovers” del grupo, tenía el tema perfectamente controlado. Pero con ella siempre se acababa rajando. Qué estupidez ¿no? Pues esa noche había decidido que no se iría a dormir sólo y que esa morenita con cara de ángel sería la que se despertaría a su lado. Las chicas fueron saludando y llegó el momento en el que se acercó para darle dos besos a él. Si no te fijabas, quizá ni te dabas cuenta, pero estaba ahí. La mirada juguetona que se escapaba de su carita inocente, la sonrisa traviesa al decirle buenas noches, esos dos besos en la mejilla, suaves, casi un roce, dos milésimas de segundo más largos que los que había dado a los demás. Estaba ahí y hacía que se le fuera realmente la cabeza. Le encantaba la chica mala que aparecía camuflada debajo de la apariencia de normalidad. Y puede que le asustara un poco: él solía ser el chico malo... Pero esa noche era la última que el chico malo se iba sólo por portarse demasiado bien. Dio el último trago de ron que le quedaba mientras los demás seguían saludándose y sonrió para sus adentros. Sí, ya era hora de dejarse de tonterías.
Entraron al bar. Buena música, buen ambiente, la gente de siempre. Para qué más. Tomaron posiciones. Empezaron a hablar, a reírse, a decir tonterías. Ella lo miraba de vez en cuando entre el gran grupo de amigos. Él le sonreía, sonrisa de malo, por supuesto. De vez en cuando se tiraban pullas el uno al otro. La cosa se ponía interesante. Se lo estaban pasando bien. Estaba dándose bien la noche. La naturaleza le dio un pequeño toque de atención: demasiados cubatas seguidos, debería ir al aseo. Se resistió un poco más, ella se estaba metiendo con su camiseta... Una amiga le dijo algo y aprovechó para ir al cuarto de baño. Entró en los lavabos, que eran compartidos para los dos sexos. Por lo visto había que esperar. Otro chico, de los habituales del lugar, lo saludó cuando lo vio a través del espejo y se empezó a hacer una raya de coca. Él lo miró de reojo. Por fin un cuarto de baño libre. Entró corriendo y dejó que los litros de alcohol y refresco que llevaba en el cuerpo se liberaran completamente, para así poder seguir bebiendo después si la cosa surgía. Salió del cubículo y se arregló un poco el pelo de un par de manotazos. Qué pasaba, a él su camiseta le gustaba... El otro chico estaba limpiándose la nariz y lo volvió a mirar a través del espejo. Sonrió y le hizo un gesto con la mano.
—¿Hace una?
Se quedó un segundo mirando el lavabo donde aún quedaban unas pequeñas motitas blancas. Se encogió de hombros. Por qué no. Puede que incluso le viniera bien. La noche estaba siendo genial, podía contribuir a mejorarla. Vio cómo esparcía el polvo sobre la superficie lisa de mármol del lavabo. Se apartó y le dejó sitio. Vio el destello verde de sus ojos en el espejo cuando se agachaba a esnifarla. Sus ojos siempre le habían dado buen resultado con las chicas. No quiso pararse a mirarlos mucho tiempo. Se acercó lo suficiente y aspiró.
...
Uau. Nunca se acostumbraba a esa sensación. Era algo increíble, pensó mientras se pasaba la mano por la nariz. Pero de repente se dio la vuelta. No sabía por qué, pero había tenido la necesidad de girarse de golpe y mirar hacia atrás. No tenía motivos, pero lo hizo sin pensar, con una urgencia que le entró de repente que le puso el corazón a mil. Quizá había oído la puerta abrirse mientras estaba metiéndose la raya y le había llegado el impulso con retraso. Quizá fue el silencio absoluto que había seguido a la apertura. Le había entrado un sudor frío antes de si quiera mirar. Y, posiblemente, si no hubiese sido un reflejo, ni se habría atrevido a hacerlo. Allí estaba ella, allí estaba su falda corta, su pelo negro y sus ojos oscuros, con una mirada indescriptible. Él no se había girado lo suficientemente rápido para ver cómo la preciosa sonrisa que lo buscaba se transformaba en el rostro más sombrío que le había parecido ver jamás. Ella no decía nada, su boca estaba sellada, pero en su mirada creyó leer “Ya no te quiero” y la vio darse la vuelta despacio, abrir la puerta y desaparecer.
Se quedó clavado donde estaba. No veía nada más que su imagen, dándose la vuelta y desapareciendo ante sus ojos una y otra vez. No escuchaba, no sentía. No sabia en que pensar. Sus ojos, esa mirada. Ya no te quiero. Chico demasiado malo para ella. Sintió un pinchazo en alguna parte indeterminada de su cuerpo, no distinguía el suelo del techo.
Y sólo alcanzó a pensar llorando que era un gilipollas.
viernes, 22 de enero de 2010
transparente
Miro hacia arriba como solía hacer cuando el olor de tu cuerpo alcanzaba mi olfato. El que te busca cuando duermes. El que te anhela en la oscuridad, entre las sabanas. El cielo, como apagado, sin sus típicas bombillas amarillas contando historias, no me quiere contestar a mis preguntas caprichosas sobre un tema que aun no está zanjado.
Se fue la luz.
Y con ella te fuiste tú.
Ya ni me acuerdo cuándo.
Vuelvo a bajar la vista para no perderme un segundo de tu movimiento natural entre la farola y el bar. Y la farola. Y las puertas del bar que se abren para dejar salir a algunos desconocidos que no se percatan de tu presencia. No lo entiendo siendo tú el que está ahí... Mundo de locos.
Cierro los ojos recordando cosas que ni han pasado realmente... Aun así, sonrío como si te viese entrar por la puerta de mi cuarto. Y como si me enseñaras el algodón de azúcar de entre tus labios y se te achinaran los ojos castaños que te invaden el rostro.
Cuando abro los ojos sigo tras la cortina de seda.
Y ya no te veo.
Ya te has ido.
Ni siquiera te conozco.
lunes, 18 de enero de 2010
domingo, 17 de enero de 2010
hormiguitas
